Capítulo 1: Nicolette

9 0 0
                                    


No sé qué es peor, si la cara de agotamiento de papá (que no solo parece físico) o el estado de mamá, que empeora constantemente pese a nuestros esfuerzos. Desde que Olivia nació, no hemos tenido un respiro. Incluso ir a un funeral parece un alivio, por egoísta que pueda parecer. Aunque, ¿qué diantres? Al fin y al cabo, voy a manifestarme por mi familia y por todo París. Me concentro en ese pensamiento mientras me recojo el pelo y me pongo la ropa más cómoda que encuentro, sabiendo que necesito libertad de movimiento y espacio para esconder un arma en el caso de que sea necesario. Cécile siempre insiste en que seamos previsoras cuando los ánimos están caldeados.

Me despido de mis padres murmurando una excusa y camino deprisa para reunirme con el resto en el desfile fúnebre en honor a Lamarque. No era perfecto, nadie lo es, pero al menos nos daba voz. Y, ahora que no está para mantener a raya al maldito Louis Philippe, alguien tiene que relevarlo. Por eso esta ocasión es tan apropiada para defender nuestros derechos.

La comitiva arrastra cada vez a mas personas y algunas de ellas empiezan a gritar, otras a cantar. Se ven banderas ondeando y los militares se van poniendo cada vez más nerviosos, rodeados de gente increpándoles.

Me termino uniendo a los insultos sin poder evitarlo: se han vendido por un uniforme y un sueldo a un rey al que antes llamábamos ciudadano y nos ha traicionado como el peor de todos. La rabia que siento porque mi padre debe dejarse la vida trabajando para tratar de pagar las deudas que nos generan los médicos de mi madre y los remedios que nos recetan me impulsa a elevar la voz.

Tan entregada estoy a ello, que me hace falta un empujón de Cécile para entender que algo ha cambiado. Los gritos no son solo reivindicativos, sino de miedo. Algunos de ira. Se escuchan disparos y la masa empieza a dispersarse.

─¡Nicolette, idiota! ¡No te quedes ahí parada!

Las callejuelas laterales se colapsan de gente. Muchos huyen, otros se parapetan tras los muebles que tiran algunos de los vecinos por las ventanas. Para cuando nos encontramos lo suficientemente seguros como para parar unos minutos a descansar, París está llena de barricadas improvisadas.

Cécile y yo nos agazapamos tras una de ellas con Auguste y Clermont. Nos quedamos esperando, no sabemos muy bien a qué o a quién. Un muchacho nos sobresalta al aparecer desde el tejado.

─¡Les tenemos! ─grita, eufórico─. ¡París es nuestra! Debemos resistir, hay que aprovechar la oportunidad. ¡Luchad conmigo!

Se marcha tan rápido como ha venido y nos miramos entre nosotros, asustados.

─Debemos hacerlo ─murmura Auguste─. Estamos preparados.

─Sí, si todos nos unimos podemos lograrlo ─le apoya Clermont.

─Pues aún nos faltan dos ─replica Cécile. Seguramente la acidez en su tono es porque teme por Louane, así que lo dejamos pasar.

Nos ponemos en marcha, inspeccionando el local en busca de lugares donde escondernos o desde donde atacar y recolocando muebles para que nos sirvan de parapeto.

Mientras lo hacemos, se nos unen otros a cuentagotas. Por suerte, entre ellos se encuentran nuestros amigos. Cécile se abalanza sobre Louane y, cuando la besa contra la pared, Matthieu me dirige una mirada exasperada a la que respondo encogiéndome de hombros, con una media sonrisa que pretende decirle "Estaba preocupada, déjala".

Para cuando cae la noche, somos unas quince personas con las manos en nuestras armas, preparadas. Sabemos que lo más probable es que ejército no tarde en llegar y trate de poner orden a base de mosquete. Hartos de esperar, organizamos guardias y decidimos también hacer rondas por el local para asegurarnos de que seguimos estando solos.

Tras las barricadasWhere stories live. Discover now