I. Races

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Septiembre 1, 1983
Hawkins, Indiana
12:45 a.m

La noche era oscura y la luna brillaba acompañada de las estrellas en el lienzo oscuro extendido sobre las cabezas de los habitantes de aquel pequeño pueblo que abrigaba grandes secretos. El cielo nocturno de Hawkins era uno de los más preciosos que podría haber visto desde que tenía memoria. El viento otoñal de la noche comenzaba a enfriar poco a poco y, junto con los escalofríos que producía al contacto repentino con la piel, la euforia de los preparatorianos y uno que otro tipo de mediana edad que decidía perder su dinero cada noche o cada semana, aceleraban su corazón. Y es que, a pesar de que llevaba una semana haciendo ésto a espaldas de sus padres, parecía que era el primer día que lo hacía.

¿Qué pensarían sus padres? No le regalaron un Camaro para que se fuera a correr por las noches para hacer un poco de dinero fácil. No no; las chicas como ella no hacían esa clase de cosas pero se sentía tan bien y a la vez tan mal. Desde que había llegado a éste pueblo era lo único que hacía, además de ayudar a su madre con algunos deberes, redecorar su habitación y tratar de mantener esa imagen de chica buena.


—¿Estás segura de querer hacerlo? —Stephen, un hombre de apenas veintitantos años de edad quién era el organizador de cada carrera, posó las manos sobre el Camaro ‘78 de color negro brillante.

—Has preguntado eso desde hace una semana y la respuesta es la misma —la conductora de cabellera pelirroja subió de nuevo el vidrio polarizado hasta que finalmente su contrincante, que conducía un Camaro azul eléctrico de la siguiente generación a la suya, se detuvo a su lado.

Stephen caminó hasta quedar en medio de cada auto y desenfundó su revolver después de repetir las reglas. Posterior a la cuenta regresiva hizo la presentación de cada corredor mientras hacían rugir el motor de su auto: —Del lado izquierdo tenemos a nuestra princesa con cara de ángel y belleza letal. Del lado derecho a nuestro demonio con cara de ángel. ¿Quién ganará? Más vale que hagan sus apuestas —después de presentar a cada uno de los corredores, empezó la cuenta regresiva—. 5, 4, 3, 2... ¡1! —Stephen disparó y ambos aceleraron tratando de rebasar para dejar atrás al otro.

—No lo creo, pequeño bastardo —la chica aceleró hasta rebasar a su contrincante y lo logró hasta que perdió el primer lugar en una curva.


—¡Maldición! —gritó la chica golpeando el volante de su Camaro. Como si se tratara de una epifanía, los trucos que había aprendido en las carreras anteriores llegaron a su memoria. Si bien era ilegal lo que hacía, era bastante divertido. Lo extraño era esa sensación de poder que dominaba su ser junto con la adrenalina. Normalmente ella no era así. Solía tener principios, compostura, clase y una ética pero, como dice Cindi Lauper, las chicas sólo quieren divertirse—. Aquí vamos de nuevo —logró recuperar su posición al acelerar en otra curva y dejar atrás al otro Camaro. La carrera estuvo reñida hasta que llegó un punto en el que dejaron atrás las curvas para llegar a un solo carril.

Todo o nada.

Su contrincante de nuevo logró rebasarla hasta que éste choco la parte trasera del auto con la defensa, rebasándolo—. Easy peasy —rió y celebró al divisar las luces que iluminaban la meta. Sin embargo, esa felicidad se evaporó tan pronto como llegó en el momento en que una silueta casi humana apareció frente a su auto obligándola a frenar. Sus ojos viajaron a un costado y observó el auto de su contrincante resabándola. Al regresar su vista al frente lo que sea que la haya distraído ya no estaba al igual que la victoria que creía asegurada.

—¡Maldita sea! —gritó golpeando su volante. Retomó el camino y condujo a la meta en donde el ganador celebraba derrapando.

Stephen la miró y con una seña indicó que se verían en el The Red Room. Al llegar y estacionar su Camaro en un lugar apartado fuera de la vista entró al bar. La mayoría de los que visitaban ese lugar ya la conocían y la saludaban con una calidez apresurada tomando en cuenta el tiempo que llevaba visitando ese lugar cada noche por, al menos, una semana o dos. La calidez de su saludo fue poca puesto que sus pensamientos se encontraban en lo que la había distraído.

—¿Qué pasó ahí afuera? —preguntó Stephen ligeramente molesto tomando asiento frente a ella.

—¡No fue mi culpa! —Stephen sonrió irónicamente levantando una ceja y observando fijamente a la chica de belleza letal.

—¿Entonces de quién? —preguntó dando un sorbo a la cerveza que recién pidió.

—Había algo ahí afuera —dijo seriamente observando a Stephen quién resopló—, algo extraño.

—Ahora que lo dices... —la chica lo miraba con curiosidad—. Hace unos meses desapareció el niño Byers. Nunca supieron qué pasó y solamente dicen estupideces. Los mocosos que juegan con él se la pasan diciendo locuras de demo no sé qué y el mundo volteado hacia abajo o algo así.

—¿Y...? —inquirió la adolescente esperando a que continuara la historia.

—Pues nada más —levantó ambos hombros en signo de indiferencia.

—¿Cómo que nada más? ¿Nadie confirmó la historia?

—Mira niña, sólo dedícate a correr, concentrarte y no hacer más preguntas. A ciertas personas no les gustan los gatos curiosos como tú.

Y, sin más, Stephen se levantó. Dejó un par de dólares en la mesa y seguido la adolescente también abandonó The Red Room. Caminó a su auto y condujo a velocidad moderada bajo la luz de la luna siguiendo la espesura del bosque a cada lado de la carretera que la llevaría a casa llena de más preguntas y curiosidad respecto a lo que Stephen le había dicho.

Al llegar a la entrada de su casa se estacionó en el lugar que le indicaron sus padres. Observó la casa dándose cuenta de que las luces estaban apagadas probablemente desde hace rato y podía entrar sin ser descubierta. Entró de manera sigilosa y fue a la habitación principal abriendo lentamente la puerta. Se acercó a la cama matrimonial y observó a sus padres; uno de cabellos oscuros y una de cabellos similares a los de ella. Caminó hacia un extremo de la cama y besó la frente de su madre, después hizo exactamente lo mismo con su padre. Al salir de la habitación se dirigió a la suya y observó a su alrededor preguntándose si de verdad merecía lo que tenía. Mientras se lamentaba y cuestionaba sobre su propia vida, uno de sus vecinos se preguntaba qué hacía llegando a casa a la 1:30 de la mañana.

𝐈𝐍 𝐓𝐇𝐄 𝐖𝐎𝐎𝐃𝐒 𝐒𝐎𝐌𝐄𝐖𝐇𝐄𝐑𝐄 » Billy Hargrove [Pausada, En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora