La suerte del que vuela

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Otra vez. La mesa manchada de lágrimas y de restos de comida precocinada. En el suelo, cables inútiles y teclas del desdentado teclado de mi ordenador, desdentado por la rabia, la impotencia, la indignación, la furia; desdentado por ti. ¡Maldita sea! ¡Estaba harto de esa situación! Otra vez, la música se había acabado. No tenía gana alguna de volver a darle al play, no tenía ganas de hacer nada. Ni siquiera el hambre, el sueño o el frío eran motivación suficiente pare hacerme levantar de aquella silla. Nada lo era. ¿Y qué si me quedo aquí siempre? ¿Y qué si muero aquí? ¿Y qué si muero ahora?

Por un momento me asusté. Nunca había tenido ese tipo de pensamientos. De hecho, el día anterior estaba precisamente en la posición opuesta. Pero ahora no hacía sino mirar por la ventana, mirar a ningún lugar.

Había pájaros. "Tienen suerte", pensé, "Ellos pueden elegir hacia dónde volar, nosotros solo podemos mirarles desde abajo, atrapados en una ciudad de calles grises y moribundas, llena de oportunidades que invitan al error, puertas que llevan al vacío, ventanas que dan a la avenida de la noche, trenes que llevan al encrespado acantilado de la realidad. Ellos no pueden leer, nosotros no podemos volar. Ellos pueden volar y cantar, ¿qué más quieren? Quieren pensar, pero pensar les haría mal, pensar no es sino buscar explicaciones en cualquier lugar, en cualquier momento, sin ninguna razón. Vivir es pensar, si eres humano. Pensar es vivir" Y yo no quería seguir pensando.

BozalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora