II

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Oh mar, dame tu cólera tremenda,

Yo me pasé la vida perdonando,

Porque entendía, mar, yo me fui dando:

«Piedad, piedad para el que más ofenda».

(A. Storni)


(Años después)


Liu HaiTang corrió por las calles, apresurada en su curiosidad y esperanza.

El lunático estaba en el pueblo, y ya podía ver a la gente arremolinada a su alrededor, como seguidores rodeando al sacerdote que impartía la palabra de Dios.

Cuando el lunático hablaba, la gente callaba. Y escuchaba, por sobre todo, escuchaba y bebía sus palabras como néctar divino. La gente se emborrachaba en su fervor pagano, se embriagaban en su discurso prohibido.

El lunático susurraba a sus corazones palabras de libertad.

El lunático predicaba sobre revolución.

La era de los cultivadores debía terminar.


"¿Es justo? Ustedes en su desvelo, trabajando de sol a sol para sostener a sus familias. Durmiendo con miedo ante los peligros de la noche, escondiendo a sus hijos de las pesadillas del mundo. Viendo como almas queridas se pierden.

¿Es justo? Tener que juntar todo el oro que se puede para suplicar ayuda a glotones y avaros, que cobran precios altos y envían sirvientes.

¿Cuántas veces fueron expulsados de las puertas doradas al ser considerados inoportunos? ¿Sus problemas desechados como simples y de poca importancia? ¡Los glotones y avaros no bajan de sus montañas para problemas pequeños! ¿Es un problema pequeño cuando sus hijos lloran de miedo, cuando sus casas son asoladas por los espíritus?

¿Cuántos regalos caros deben ser enviados para que bajen a ayudar con los dones que el designio divino entregó en su potestad?

¿Cuántas vidas se pierden para que ellos exorcicen el mal, mientras se jactan de su grandeza sobre la tumba de los que murieron por su tardía intervención?"


El lunático viajaba de pueblo en pueblo, un peregrino con una misión, sembrando su mensaje. Nadie sabía a quién servía ni cuál era su misión.

Pero sus palabras eran escuchadas sin cansancio. Sus palabras eran repetidas en los bares y mercados, en los hogares y cosechas. Frente a una taza de agua ante un día caluroso y lleno de trabajo, o en la intimidad del hogar, a salvo de los cadáveres andantes que recorrían la noche hambrientos.

Pronto, no había mesa que no discutiera su mensaje.


"... ¿y ellos? ¿Qué hacen ellos? Dejan correr el vino sobre sus mesas y arrojan la comida de sus banquetes a los perros. Dejan que nosotros seamos atormentados por fantasmas y demonios, esperan a que estemos muertos para intervenir, exigiendo nuestros tesoros y gratitud como si nos hicieran un favor. ¿A cuántos echaron sin escuchar? ¿A cuántos los trataron como perros?

Se creen justos, holgazaneando y derrochando oro, mientras pisotean nuestros sembrados y rutas.

El tan solo hacer su voluntad es un desafío al Cielo. Se creen dioses, ¿y qué los hace tan especiales? Si todos tuvieran las herramientas para exorcizar y protegerse, ¿ellos seguirían siendo especiales?"

Acheronta MoveboWhere stories live. Discover now