I

5.4K 546 131
                                    


"Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma

se presentó al infierno que Dios le había marcado,

y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,

las ánimas en pena de hombres y de caballos"

(J.L. Borges)


La amargura retorció su estómago en cuanto se vio rodeado por túnicas amarillas. Según sus cálculos, había 300 de ellas. Qué bienvenida tan amable.

El hombre frente a él parloteaba de algo sin sentido. Ni siquiera recordaba su nombre. ¿Qué demonios quería ahora? No dudaba de la mano de Jin Guangshan tras esto. Ese hombre le quería muerto.

Una emboscada a un hombre desarmado.

(No realmente, con Chenqing en su cinturón y su General Fantasma a su derecha).

Jin Zixuan llegó, con arrogancia en sus pasos y un brillo extraño en sus ojos. ¿Él también estaba metido en esto? Su propia esposa le había extendido la invitación para los festejos en honor de su primogénito y heredero.

(Una voz traidora susurró en la parte posterior de su cabeza que quizá todo había sido una trampa desde el principio, pero se negó a creerle. Su shijie nunca haría algo semejante).

De alguna manera, todo se salió de control.

La llegada de túnicas púrpuras y túnicas blancas le hizo tambalear. ¿Qué significaba eso?

-¡Wei Ying!

El grito fue seguido por un empujón por parte de Jin Zixun.

Y el filo de esa espada, blanca y pura como su dueño, sobresalió desde la parte izquierda de su pecho, goteando sangre pesada y oscura. Ataque por la espalda. Como un cobarde.

(Sabía que me odiabas, Lan Zhan... ¿pero un ataque a traición? ¿No es contra las reglas grabadas en el muro que me hicieron memorizar de joven?)

Hubo más gritos. El rugido de Wen Ning estremeció la tierra y no pudo sostenerse en pie. Sostenido por dos hombres de túnicas amarillas, sintió la espada ser arrancada de su cuerpo, causando aún más daño que cuando entró.

Las túnicas fueron reemplazadas con brusquedad por el color púrpura. Nostálgico, antes. Amargo, ahora.

(¿También participaste de esto, Jiang Cheng? Podrías haberme enfrentado de frente, en lugar de traicionarme así).

Se sentía como estar bajo el agua. Los sonidos embotados, los movimientos enlentecidos, la incapacidad de sus pulmones por recibir aire, inundados por su propia sangre. Alguien se arrodilló frente a él, sacudiéndole. Pero no veía. No sentía.

(Shijie... tú también, ¿verdad? Quisiste encantar a tu nueva familia, obtener el completo favor de tu marido y su padre... ¿y me entregaste a ellos? Si hubieras escupido en mi rostro, habría dolido menos).

Quería ordenarle a Wen Ning que se fuera, que corriera a casa y pusiera a salvo a su familia. Sin el Patriarca Yiling para protegerles, los Túmulos se volverían agresivos sobre los residentes. Las sectas perseguirían a los sobrevivientes.

La sangre escapó a borbotones de su boca. El daño hecho por Bichen había sido implacable, pero debería haberlo esperado. Una hoja noble, forjada por maestros. Impregnada por el poder de su portador. El portador de luz había cortado a la oscuridad sin miramientos.

(¿Esto es lo que obtengo?

Pensé que éramos amigos, aunque lo negaras.

Supongo que estaba equivocado.

Nunca estuvimos cerca...)

El frío era atroz, y por unos instantes intentó llamar a sus padres, una memoria cuidadosamente oculta en su corazón. Su padre, arropándole con cálidas mantas. Su madre, cantándole suavemente mientras acariciaba su cabello. No recordaba sus rostros, sus figuras, pero la sensación de amor había estado allí.

Madre. Padre. Tengo frío. ¿Dónde están?

(¿Esto es justicia?)

Tenía miedo.

Era ridículo. Él, temiendo a la muerte.

Pero era el miedo que venía incrustado en cada trozo de ser humano del que estaba hecho. Humanos nacen para morir. Le temen a la muerte. Persiguen la inmortalidad porque le temen a la sepultura. Ante el peligro, lloran. Ante lo desconocido, se enojan. Pero todas las raícen siempre provienen del temor a la muerte, un miedo natural que provenía de sus propias almas.

Wei Wuxian tenía miedo de morir.

Qué irónico.

Todas las veces anteriores... quizá solo ahora probaba lo que era la verdadera muerte.

Quizá por eso tenía tanto frío, tanto miedo.

Tanta oscuridad rodeándole ante sus ciegos ojos.

Dejó de respirar, en una agonía que se disipó ante el último latido. Sin escuchar nada más que los latidos de su sangrante corazón detenerse.




"El Patriarca Yiling ha muerto"





De pie, ante los jueces. De pie ante quienes pesarían su alma en la balanza para encontrarle falto.

De pie, con la barbilla levantada y una postura altiva.

No tenía miedo.

Que juzgaran su camino, que escudriñaran su voluntad.

Al escuchar el fallo,


sonrió.




Si no podía servir al cielo,



gobernaría en el infierno...



...

continuará?

Acheronta MoveboWhere stories live. Discover now