Capítulo VIII

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"Ella"

Sus ojos. Son hermosos, penetrantes.Me atraviesan, tocan mi alma, la acarician y se van.

Esa sensación, es hermosa.

Existe la presencia de otra sensación, una más profunda, más interna; es como si él fuese mi complemento, como el yin y el yang, sí y no, blanco y negro, luz y oscuridad; como un equilibrio que mutuamente se a completa.

Adversa en mis pensamientos, me voy de mi presente, pero una mano que pasa constantemente frente a mis ojos, me hace volver.

-¿Te encuentras bien?- me preguntó algo alterado.

-Sí. No te preocupes, sólo me alejé de la realidad un momento.

Me sonríe y me da una palmadita en la espalda que produce que me sobresalte. Vuelvo la mirada hacia él y me dedica una sonrisa, de esas que se dibujan en el rostro cuando has encontrado un amigo. Uno de verdad y que no te va a fallar.

-Sé que esto ha de sonar muy atrevido,-me dice bajando la mirada-pero, ya que me cuentas tu situación, de que no tienes un techo bajo el cual dormir... está empezando a helar el clima y aquí podrías pescar una neumonía, ¿te parecería bien si te ofrezco mi hogar para hospedarte? Claro, si es que quieres, no planeo obligarte a nada que no quieras.

No sé qué decirle. Me encantaría tener una cama con mantas calientes otra vez, pero no quiero que pase alguna desgracia.

-Me encantaría, gracias, pero...-dejo las palabras en el aire, flotando como barcos en el mar.

-Pero...- dice él, en señal de que puedo responder sinceramente. No puedo hacerlo.

-Pero, es que no quiero causar... >>"desgracias", pienso<< molestias, pues no tengo dinero para pagarte.

-No causa ninguna molestia tu estancia, y por pagarme no te preocupes, no hay nada que me debas; es pura amabilidad, eso hacen nos amigos, se apoyan entre ellos ¿verdad?- eso último lo dice con una sonrisa juguetona que se contagia a mis labios.

-Pues pues...- suspiro- De acuerdo- concluyo esbozando una ligera sonrisa, pero bastante notoria.

-Bien, me alegro que hayas aceptado mi oferta.- su sonrisa vuelve a nacer.

Tengo miedo, francamente, tengo miedo, no de él, sus ojos dicen que sus intenciones son plenamente caritativas. Temo de mí. La última vez que pasó una desgracia, decoré mi pierna con la marca que dejó el cristal que cayó en ella cuando mis puños se estrellaron contra él. Los torturadores, digo, los psiquiatras, tuvieron que atarme a la camilla e inyectarme más idiotizantes para que no me moviera y pudiesen cerrar mi herida. Tengo miedo, pero debo aprender a confiar en mi.

Trozo de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora