━ 𝐗𝐋𝐕𝐈𝐈: El inicio de una sublevación

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Pensó también en Drasil, en su reacción cuando se enterase, si es que llegaba a darse el caso. Estaba convencida de que su primogénita la apoyaría y ayudaría en todo cuanto necesitase. Conociéndola —y sabiendo lo mucho que le gustaban los niños— estaría más que encantada de contar con un nuevo miembro en la familia.

La boca de La Imbatible se curvó hacia arriba al imaginarlo. Sus dedos largos y delgados continuaron trazando pequeños círculos alrededor de su ombligo, provocando que su piel cosquilleara bajo la fina tela del camisón que llevaba puesto. La tinta de los tatuajes tribales que exhibía en su brazo derecho resplandecía a la luz de las velas.

Fue entonces cuando unos golpes la sobresaltaron.

Sus músculos se contrajeron y su corazón arrancó a latir desenfrenadamente. Con todos sus sentidos alerta, se incorporó sobre el mullido colchón y frunció el ceño cuando alguien volvió a aporrear la puerta principal.

Veloz como un rayo, deslizó una mano bajo la almohada y aferró la daga que siempre ocultaba entre las mantas por si surgía algún contratiempo. Se levantó de un salto y, sin soltar el cuchillo, dirigió sus apresurados pasos hacia la entrada, dispuesta a descubrir quién diantres la reclamaba a esas horas tan intempestivas de la noche.

Escondió el puñal detrás de su espalda, cubriéndolo con los pliegues de su camisón, y abrió la puerta. Grande fue su sorpresa al toparse al otro lado del umbral con la figura de Ragnild, una de las escuderas de Lagertha. Pero fue la extremada palidez de su rostro y la gruesa capa de sudor que rebordeaba su frente lo que en verdad la alarmó.

—¿Qué sucede? —quiso saber Kaia, reprimiendo el temor y la confusión que aleteaban bajo sus costillas. Sus pulsaciones habían vuelto a dispararse y su respiración estaba agitada.

Ragnild cuadró los hombros, irguiéndose en toda su altura. Su larga trenza platinada, que le llegaba a la cintura, osciló en consecuencia.

—Ha habido un altercado en el Gran Salón —anunció sin poder disimular un timbre nervioso en la voz. La Imbatible le lanzó una mirada inquisitiva, a fin de que le proporcionase más detalles. La preocupación y la ansiedad habían empezado a abrirse paso en su interior—. Han intentado asesinar a Lagertha —reveló.

Al escucharlo, Kaia se llevó la mano que tenía libre al pecho, desasosegada. Tuvo que recostarse sobre la jamba de madera para no desplomarse, puesto que un terrible vahído la había hecho trastabillar.

—¿Ella está bien? —murmuró, luchando más allá de la agitación de su cuerpo y su mente. Su fisonomía se había crispado en un rictus inquieto y turbado, y sus piernas habían comenzado a temblar descontroladamente bajo la falda del camisón.

Para su alivio, la rubia asintió.

Kaia soltó todo el aire que había estado conteniendo, dando gracias a los dioses. Un dolor agudo se había instalado en sus sienes, fruto de la creciente tensión. Pese a ello, se enderezó y adoptó un porte firme e impertérrito.

—Me ha pedido que te avisara —dijo Ragnild—. Quiere verte.

La aludida realizó un movimiento afirmativo con la cabeza, para después apretar con fuerza la empuñadura de su daga, clavándose el diseño de la misma en la palma de su mano. El miedo que la había embargado hasta hacía unos segundos se había desvanecido sin dejar rastro, viéndose opacado por una furia ciega. Una riada de enfado afluyó en ella, expandiéndose por todos y cada uno de los rincones de su cuerpo.

La otra mujer pareció darse cuenta de ello, ya que se encogió sobre sí misma. Y es que la ferocidad que transmitía su mirada intimidaba a cualquiera.

—Voy enseguida.

—Voy enseguida

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