11

268 21 73
                                    

Bao observaba a su hermana, en un banquillo, sentada al lado del catre en el que Jing estaba inconsciente, en la habitación que Yuga les había dado. Tenía la mirada perdida, pensativa, sin la expresión alegre o concentrada de siempre, sino... ida. Bao frunció el ceño, eso no podía ser por haber sido obligados a retirarse del salón.

Un toquecito en el hombro llamó su atención, se volvió y encontró a Yuga, observando a las dos pandas con preocupación. Con un gesto de la cabeza, le hizo ir con ella a otra habitación.

La guarida de Yuga estaba bajo tierra, siendo un único piso de una construcción de madera, que abarcaba tres cuadras enteras, haciéndola tan grande como el palacio de Xiao. Estaba dividida en decenas y decenas de habitaciones para uno, dos o tres animales, y estaba repleto de miembros. Además, moverse en esa guarida era imposible para él, pues había demasiados recodos e intersecciones.

Yuga se desplazaba con un aire de inevitabilidad, como un fenómeno natural. Ella en sí misma era un raro contraste, ya que sus ropas y actitud eran de un animal adulto, como la maestra Tigresa, pero su aspecto era de una muchacha de quince o dieciséis años. Vestía, a diferencia de la fiesta, un chaleco dorado con un pantalón de entrenamiento negro. Él se había cambiado y tenía un chaleco verde, su pantalón y su pañuelo en la cabeza; mucho mejor que con esos disfraces de ricos.

Por el lado negativo, estaban sin oro.

Ya iban dos días desde los hechos del salón y Bao estaba al tanto de lo que ocurría. Yuga era la líder de la resistencia de la ciudad, contra Xun, el animal que había tomado el control de Shaoran.

Su hermano.

Yuga y Xun venían de una familia de herreros, razón por la que Xun usó las fábricas metalúrgicas del pueblo para resistir los ataques de Kai. Comprando información a animales turbios de Gongmen, se hizo con los planos de los cañones y con su investigación e inventiva, creó un arma que podía destruir tanto a animales comunes como a maestros y que podía usar cualquiera.

El pegue, según Yuga, era que se disparaba como un cañón, encendiendo una mecha, pero ella había encontrado la forma de cambiar el mecanismo, para que fuese una explosión inducida.

Bao aún no le entraba en la cabeza la idea de un cañón portatil, tan fino como una jabalina y tan pesado como un bambú. Rifles, lo llamaban. Algo de otro mundo.

En el salón al que entraron, Bao tomó asiento en un una silla que estaba rodeando una mesa ovalada. Yuga se sentó al frente suyo y empezó a golpear la madera con sus garras, los ojos cerrados y el ceño fruncido, pensativa. Al abrirlos, fijó sus oros en él.

—Creo que deberíamos mover ficha cuando tus amigas se recuperen —dijo Yuga.

Bao estaba agotado mentalmente, el estado de Nu Hai le preocupaba. Asintió con vaguedad.

—Creo que las heridas de ellas son más graves de lo que parece. Jing ya debería haber despertado, por más asimilación parcial que hubiera hecho y Nu Hai parece ida. No es normal en ella. —Bao negó con la cabeza, aquello no le cuadraba. Si tan sólo estuviera la maestra Tigresa allí para pedirle consejo.

Yuga bufó.

—Lo de la panda que está inconsciente te lo puedo aceptar, las balas de jade son... raras. —Hizo un gesto para afianzar sus palabras—. Pero lo de tu hermana, dudo que sea eso, Bao.

—¿Ah, no? —se sorprendió.

—Qué va, eso es mal emocional. Aunque yo no debería hablar de eso, tendrás que preguntarle.

—¿Preguntarme qué? —dijo Nu Hai, en el umbral del salón. Bao dio un respingo y por poco se cayó de la silla. Nu Hai entró como si nada y tomó asiento en una silla, a dos de distancia de Bao, al frente de Yuga—. ¿De qué hablaban?

Nuestro ChiWhere stories live. Discover now