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El salón donde se realizaba la fiesta parecía la entrada a otro mundo. Mientras la ciudad era sombría y deprimente, el salón transmitía poderío, maravilla y riqueza. De dos pisos, cuyas dimensiones eran enormes, permitiendo vitrales en los ventanales, estaban iluminados por linternas de aceite de distintos tamaños con distintos grados de luminosidad. Los destellos cuando la luz pasaba de dentro del salón por los vitrales se mezclaban con la luz de fuera, en bellos patrones.

Nu Hai no sabía cómo comportarse en dicha fiesta. Los animales entraban a pie, así como en carruaje, riendo como si aquello fuese normal, pero Nu Hai podía ver con claridad pasmosa, a los animales más bajos, los ciudadanos, trabajando como esclavos, barriendo la ceniza, limpiando las paredes y sirviendo de cocheros.

Y los animales más poderosos, la élite, los trataban como basura.

Inconscientemente, su Chi se empezó a acumular alrededor de su cuerpo, conforme caminaban, acentuando el azul de su qipao hasta niveles que rozaban el negro. Una pata en su hombro le apretó con fuerza: Bao la miraba casi rogándole no hiciera un número. Nu Hai se calmó, recordándose que debía mantener la compostura; estaban en una misión.

—¿Tenemos un plan? —preguntó Bao, en voz baja, con una sonrisa que era una fachada para los demás animales.

—Socializar —respondió Nu Hai, sonriendo como si su hermano hubiera dicho un chiste—. Y ver qué averiguamos. Por Seiryu, quiero irme de aquí cuanto antes.

—Yo quiero romperle la espalda a estos animales —susurró Jing, sin molestarse en fingir—. Me enferma cómo los tratan.

—A mí también, pero tenemos que adaptarnos si queremos averiguar algo.

Con reticencia, Jing se dejó guiar cuando un mayordomo, que Nu Hai detectó pertenecía al Segundo Estatus gracias a su Sentido Vital, le hizo una reverencia y los llevó dentro del edificio.

Nu Hai se quedó muda de asombro. Los vitrales representaban escenas del maestro Po luchando contra Tai-Lung, contra Shen en Gongmen y contra Kai, aunque ella no sabía cómo podían representarlas con tal... divinidad. Era la palabra que le venía a la mente. El maestro Po parecía un dios poderoso destruyendo a sus enemigos, no obstante, ella sabía que eran exageraciones.

En uno de los ventanales se veía a Po, de un blanco prístino con manchas negras, envuelto en un aura dorada contra Tai-Lung. En otro con bolas de energía a puntos de ser arrojadas a Shen. Y en la otra, sacrificándose contra Kai. Nu Hai conocía ese tipo de exageración, si recordaba bien era apoteosis: representaciones divinas de un animal normal.

El salón era de mármol pulido hasta el punto que se veía, en parte, los reflejos de los animales que bailaban, charlaban o sólo caminaban en el lugar. Hanfus elaborados hasta el cansancio de seda y colores brillantes, con lazos y bordados dorados, plateados y de colores chillones, adornaban a las hembras y algunos machos. Qipaos de todas las clases, con botones en un extremo o en ambos, como militares, o normales como los de ella, daban toques de estilo por el lugar. Y el jade. Habían joyas, accesorios y tejidos de jade, cosa que interfería con el Chi.

En uno de los extremos una banda de cuerdas con instrumentos, tocaba música relajante, incitando a los machos a sacar a bailar a las hembras. Los mayordomos iban con túnicas marrones o negras, llevando bebidas y comida en bandejas o en las patas. Las mesas tenían elaborados manteles cubriéndolas, al mejor estilo occidental, con bordados de todas clases.

El aturdimiento de aquel mundo desconocido pasó de largo cuando la golpearon varios maestros dadores de Chi. Habían doce en el salón, esparcidos como pinceladas en una pintura. Uno del Sexto Estatus, dos del Tercero y nueve del Segundo.

Nuestro ChiWhere stories live. Discover now