5. Decisión importante

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—Se equivoca señor, el barco lleva aquí un par de días, pero yo llegué en una pequeña embarcación hace más de una semana.

Estas palabras hacen que los miembros del consejo se levanten indignados pidiendo la cabeza de aquél hombre. Pero basta con una mirada de Ares para que todos se sienten nuevamente.

—Como le dije, señor, me mandaron para espiar, pero yo sólo quería no morir de hambre. Llevaba semanas comiendo pan rancio cuando el capitán me mandó aquí —intenta explicarse el hombre.

Esas palabras hacen que Ares guarde silencio por más de un minuto. Que por supuesto nadie se atreve a romper. Hasta que decide hablar nuevamente.

—Quiero que todos, excepto Teo, Sabrina y el guardián salgan de la sala —ordena.

Todos se levantan rápidamente y salen por la puerta. Yo quiero quedarme todo el tiempo que pueda, la curiosidad y las ganas de saber más sobre la gente de ese barco, me invaden.

Ares se da cuenta de mis intenciones y me mira divertido.

—Puedes quedarte Kiana —me dice, y me dirije una sonrisa.

Hay rumores que dicen que soy su favorita y aunque es cierto que soy de las pocas personas que pasan tiempo con él, no me creo tan importante.

Ares levanta al hombre y lo desata, coloca una silla de madera a los pies de los escalones y se sienta, indicándonos que hagamos lo mismo.

Yo me siento en una silla a su derecha y el guardián a su izquierda, Sabrina sin embargo decide quedarse de pie, con su mano en la empuñadura de su espada.

—Cuéntanos todo lo que sabes, todo sobre ese capitán y su barco, absolutamente todo —le ordena Ares inclinándose, atento a la respuesta.

—Antes vivíamos en una isla, en la cual nuestros antepasados se quedaron atrapados hace años. Tardaron mucho tiempo en arreglar el barco y cuando lo hicieron, mi madre quiso salir de esa isla, yo tenía dieciséis años y sabía que si no iba con ella, no la volvería a ver. Así que fui. A ella...

Veo que intenta continuar pero la voz le falla. Todos guardamos silencio hasta que continúa.

—A ella la tenían encerrada, la usaban y utilizaban a su conveniencia, era una esclava. Después de un año de violaciones, maltrato y explotación, se suicidó. A partir de ahí comencé a robar, mendigar y hacer trabajos sucios. Yo solo quería vivir. Mi vida se limito básicamente a eso hasta que el capitán me mando aquí en un bote viejo y roñoso, en el que llegué a duras penas, si no hubiera sido por un chico rubio que me ayudó, estaría muerto. Mi misión era descubrir todo lo que pudiera de vosotros, espiar para él, y a cambio me daría comida, agua, ropa limpia y una habitación. Era más de lo que había tenido en toda mi vida así que acepté...

—Un momento, es un traidor, no podemos confiar en él —le interrumpe Sabrina.

—No soy ningún traidor. Yo no soy leal al hombre qué hizo que mi madre se suicidara, al hombre que ha matado a más de dos mil personas, que da palizas a los niños y a los ancianos por diversión, que vive como un rey mientras que el resto del barco se muere —dice, y se tensa notablemente.

Sabrina parece comprenderlo, pues su mirada desafiante se suaviza. Ella respeta a los supervivientes y a los luchadores, y este chico era eso y más.

—Y dime, ¿Qué es lo que has descubierto sobre nosotros y cómo lo has hecho? —habla por primera vez el guardián.

—Al llegar robé una gran capa negra que me tapaba de pies a cabeza y unas botas, me mezclé entre la gente e incluso hablé con ellos —responde obediente.

La Reina de la muerteWhere stories live. Discover now