Capítulo 4

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Emilie bajó la larga y elegante escalera que llevaba al Ala Este del castillo, hasta llegar al recibidor. Gusteau el mayordomo principal caminó hasta ella y ofreció sus servicios.
- No se preocupe Gusteau, estoy bien. Deseo ir a la cocina –Manifestó.
- ¿La cocina? ¿Qué haría una princesa como usted en dicho lugar?
- Deseo beber una taza de leche caliente –Mintió.
- De ser así, se la traeré de inmediato. No es necesario que vaya a buscarla.
- No, por favor. Déjeme ir.
- Señorita, no se preocupe. Yo la traeré para usted –Insistió.
- He dicho que no –Ordenó- Iré yo misma a buscarla. Han pasado muchos años y no recuerdo como es la cocina real. Por favor, no insista.
- Si señorita –Respondió el mayordomo con vergüenza.

La princesa sabía que la puerta principal era custodiada por un par de guardias, así que inventó la excusa de ir a la cocina para poder salir por la puerta trasera y comprobar lo que había dicho el hada en sus sueños.
- Tal vez todo esto sea una tontería –Pensó- Pero no pierdo nada con probar.

Capucine la chef, se encontraba junto con sus dos ayudantes.
- Su alteza –Dijo con sorpresa y haciendo una reverencia- ¿Se le ofrece algo?
- ¿Dónde está la leche?
- No debió haberse tomado la molestia en venir aquí solo para tomar un poco de leche.
- He querido venir a buscarla personalmente. Se me hace muy aburrido transitar siempre por los mismos pasillos del castillo.
- Entiendo perfectamente lo que me dice. La leche está aquí –Dijo levantando las cargadas botellas que estaban ordenadamente agrupadas en una cesta metálica- Está fresca. La han ordeñado hoy mismo.

La joven tomó una taza de la estantería mientras que Capucine calentaba la leche en una pequeña olla. Con bastante prisa le sirvió su bebida y con mucha cortesía le dijo:
- Señorita, le dejaré sola por un momento. Si necesita algo espere por favor, debemos recibir los insumos que nos traen.

Con un ademán se despidieron de ella por el momento. Emilie vio como ellos se alejaban y aprovechó la oportunidad para salir al patio trasero.
La puerta estaba abierta. Ella miraba hacia afuera con mucho nerviosismo. Dio un paso con temor, tomó aire y de un pequeño salto pasó el portal hasta estar fuera del castillo. Sintió como si se hubiese lanzado al agua.
- No pasa nada. Sigo siendo la misma –Pensó con decepción- Después de todo, los cuentos de hadas solo existen en los libros.

Suspiró y miró hacia la gran reja que había en el patio exterior.
- Probablemente resulte si atravieso las murallas del castillo –Pensó tragando grueso.

La princesa miró toda la extensión del patio para comprobar que no había soldado alguno que le detuviese en su anhelo. Al no ver a presencia humana alguna corrió con todas sus fuerzas hasta llegar a la reja.
- ¡No puedo abrirla! –Gritó con desesperación y nerviosismo.
- ¡Es la princesa! –Gritó uno de los soldados que corría hacia ella por temor a que le sucediera algo.

Emilie pasó su mano a través de la fina tubería negra con adornos florales que componía la reja trasera y vio como el color de su piel cambiaba, como si hubiese atravesado una barrera invisible que le transformaba.
- ¿Será posible? –Pensó.

Sacó su otra mano y observó cómo se oscurecía su tez, bronceándose suavemente a diferencia del pálido color de la piel de la princesa que inusualmente tomaba el sol.
- ¡Es verdad! –Dijo al comprobarlo nuevamente.

El soldado la tomó del brazo.
- Princesa, no debe salir. Recuerde lo que dijeron sus padres.

Emilie bajó su mano rápidamente para ocultarla. La observó de reojo y notó que estaba blanca nuevamente. La doncella fue llevada hasta la habitación de sus padres donde le esperaba la reina.
- Emilie, ¿qué hacías en el patio exterior?
- Madre, he querido tomar algo de sol -Mintió.
- ¿Era necesario bajar y estar junto a la reja? ¡Pensaron que escaparías!
- Lo siento –Disculpó, aunque sentía que no tenía razón para hacerlo.
- Si deseabas tomar sol debiste haberte asomado por tu balcón.
- No deseo vivir mi vida encerrada en este castillo. Quiero salir –Respondió impulsivamente.


- ¡Sabes lo que sucederá si sales! –Dijo en voz alta y sobresaltándose.
- Quiero vivir mi vida así sea un minuto de libertad, en lugar que todos estos años de encierro –Respondió sintiéndose impotente.
- ¿Acaso no puedes comprender que eres todo lo que tenemos? –Preguntó con lágrimas en sus ojos y presionándole contra su pecho- Sufro al ver que no puedes salir de este lugar pero no desesperes. Falta menos de un año para que cumplas los 22 y puedas salir.
- Y ese año será para mí como vivir los 12 que he estado encerrada –Y rompió a llorar.
- Hija mía, entiendo lo que dices. Es terrible estar así. Sin embargo sabes que esto puede cambiar si decides desposarte antes de cumplir dicha edad.
- No deseo casarme sin conocer a alguien especial. No quiero un matrimonio arreglado sino enamorarme por mis propios medios.
- No veo ningún problema a que te busquemos el partido más conveniente. Mi matrimonio fue arreglado y tu padre y yo nos llevamos bien.
- Ello no es lo que deseo.
- Decide que harás –Ofertó su madre- Tendrás un matrimonio arreglado o vivirás un año más en el castillo.

Emilie sentía como si el aire le faltara y salió de la habitación a toda prisa. Entró en su dormitorio y lloró sobre su cama hasta que pudo tranquilizarse.
- Debo hacerlo –Pensó- Debo huir del castillo. Y con la magia de la hechicera Ámbar podré salir sin que me vean y saber que se siente vivir en libertad.

La princesa caminó hasta el gran espejo enmarcado en oro que utilizaba para ver como lucían sus vestidos sobre ella.
- Y tú reflejo mío, serás quien me suplante mientras busco mi verdadero amor.

Emilie y el Hombre LoboOù les histoires vivent. Découvrez maintenant