Capítulo 1 | Huyendo de casa

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En mis auriculares sonaba "Si te vas" de Sech y Ozuna, y yo me había ido de casa.

Era la canción perfecta para la decisión que había tomado. Y ya había llegado a donde me dirigía. Me quité los auriculares y escuché el ruido de los coches que recorrían la calle principal de la zona de fiesta de la ciudad. Las luces de neón me indicaba el camino a seguir. Los centenares de conversaciones de gente que paseaba o salía de los restaurantes se entremezclaba con el ritmo repetitivo, machacón, de la música electrónica que retumbaba desde dentro de los clubes y discotecas. Una ráfaga de aire frío me hizo taparme con la chaqueta. La calle estaba repleta de gente, pero yo, después de haberme escapado de casa, me sentía totalmente sola.

Me llamo Silvia Carré y ésta es la historia de cómo conocí a un chico con un oscuro secreto. Un secreto que tenía siglos de antigüedad y tras el cual descubrí que bajo la fachada normal de esta sociedad se halla una realidad sobrenatural.

Y también es la historia de cómo, a pesar de estar prohibido, ese chico y yo nos enamoramos.

Era sábado, 21 de enero y como digo, hacía frío. Las 11 de la noche. Una buena hora para cenar fuera, o quizás empezar a tomar las copas tras haber acabado los postres. La calle estaba animada, con parejas o grupos de amigos que iban de aquí a allá.

Yo iba sola, y a pesar de parecer mayor de mis 17 años, no debería haber estado en esta parte de la ciudad. Con el pelo moreno y liso, ojos marrones y una figura que, aunque podía no destacar a primera vista, maquillada y arreglada captaba la atención de quien se fijaba, podía pasar por otra chica que salía de fiesta. Pero la gente me sacaba algunos años, todos ellos adultos saliendo de cena y fiesta el fin de semana para relajarse de una semana de trabajo. Yo no tenía trabajo del que relajarme, sólo un curso de 1º de bachillerato en un instituto horrible que me había ocupado de lunes a viernes. Y lo que era peor, y de lo que huía, una familia que me esperaba al volver del instituto. Una familia que no me entendía y con la que discutía constantemente.

Esa noche había decidido que ya era suficiente. La enésima bronca con mi madre, en la que me había echado en cara que por qué no podía ser "como las demás" había acabado con mi padre dándole la razón de mala gana. Las palabras de mi madre me habían herido, pero el hecho de que mi padre, que siempre solía mantenerse neutral, hubiese acabado poniéndose de su parte, me había sentado como un puñetazo en el estómago. Conteniendo las lágrimas me había encerrado en mi habitación y me había negado a cenar. Pero cuando mis padres se habían puesto a ver una película de Netflix en el comedor, yo me había deslizado fuera de mi dormitorio y salido de casa sigilosamente, maquillada, con mi mejor ropa, poniendo el móvil en modo avión para que no me pudiesen decir nada.

Me daba igual lo que pensasen. Quería salir, airearme. Quería conocer a gente más allá de mis horribles compañeros de instituto, entre los que podía contar con los dedos de la mano la gente de confianza: un profesor y dos amigas. Quería sentir que podía tomar el control de mi vida, fuera de la vigilancia de mis padres.

Varias discotecas me llamaron la atención con nombres de lo más pintoresco: Glamour, Deception, Deseo. Aún estaban abriendo sus puertas, pero ya se formaba una buena cola en cada una. ¿Podría colarme en alguna sin enseñar el carnet de identidad? Eché un vistazo, buscando alguna lo suficientemente concurrida como para hacerme pasar como miembro de un grupo de gente de fiesta.

Entonces vi el letrero de neón: Fabriek. Me llamaba como el canto de sirena. Caminé entre dos grupos mixtos muy numerosos. Habían bebido un poco y no repararon que una chica como yo se entremezclaba con ellos. Las chicas eran espectaculares y me hicieron sentir un poco insegura. Respiré aliviada al pensar que había recordado ponerme las lentillas y no tenía que llevar mis gafas a una discoteca.

La cola se movía lentamente, casi como la fila para ir entregando el examen al profesor cuando todo el mundo quiere añadir algo más, mientras los porteros comprobaban los carnets de cada persona que intentaba entrar, les revisaban el bolso a las chicas en busca de bebidas o material ilegal. Me puse muy nerviosa. No llevaba nada ilegal, lógicamente, pero en mi carnet de identidad constaba mi edad real: 17 añitos. Estaba bien claro que no podría pasar dentro del club a menos que se me ocurriese algo rápidamente.

Me apretujé entre los dos grupos de amigos, intentando que resultase creíble que iba con alguno de ellos. Pero, en primer lugar, ninguno me prestaba atención, ocupados como estaban hablando de esos temas que a mí se me escapaban: trabajo, lo que habían bebido antes de venir, etc. Y dos: daba igual. Le estaban pidiendo el carnet a todo el que entraba en el club.

Al irme acercando al portero, empecé a temblar. Sabía que me iban a pillar. No era sólo que igual llamarían a mis padres al ver mi edad en el carnet. Lo que más miedo me daba era el ridículo que iba a hacer delante de toda esa gente tan elegante, tan interesante, tan... adulta. Yo quería visitar su mundo y, como de costumbre, alguien iba a frustarme.

Llegó el momento. Plantada delante de un portero que me sacaba dos cabezas y con un rostro que parecía un salto atrás en la evolución, escuché su voz grave

- Carné de identidad , por favor.

Y entonces le vi.

Un chico, un poco mayor que yo, alto, apuesto. Un chico con el pelo castaño y mirada magnética de ojos verdes. De piel clara, casi pálida. ¿Sería extranjero? ¿Inglés o irlandés, quizás? Un chico a quien debajo de su elegante camisa y vaqueros se le intuía un cuerpo bien proporcionado, en forma, ni machacado en un gimnasio ni dejado. Un chico que se movía de forma grácil al cruzar la cola del club: claramente conocía a alguien y podía pasar por la entrada VIP, saltándosela, con confianza en sí mismo y una sonrisa marcada en sus carnosos labios.

El corazón me dio un vuelco. No, por favor. De todas los momentos para hacer el ridículo pareciendo una niña al enseñar mi carnet de identidad, ésta era la peor. ¡Él lo iba a presenciar todo!

Y entonces nuestras miradas se cruzaron. Fue un momento, un microsegundo, casi imperceptible. Instintivamente, me mordí el labio inferior, pero lo vi claramente, lo vi con estos ojos: él esbozó una sonrisa juguetona.

-Juan, déjala pasar, la conozco, es mayor de edad -le dijo el chico al portero-. Su voz era de terciopelo y me sonó a salvación. Pero inmediatamente después de pronunciar esa frase, entró por la puerta del club. Un segundo de música atronadora sonó y se interrumpió al cerrarse la doble puerta.

Era como si el chico me hubiese leído el pensamiento y hubiese sabido que necesitaba que alguien me hiciera parecer y sentirme adulta. Quién me iba decir a mí que ésa no sería la única vez que se chico me haría sentirme así.

El portero me miró y se encogió de hombros. Claramente ese chico tenía influencia, porque me señaló a la puerta que acababa de cruzar, indicándome que pasara.

Aproveché la ocasión y caminé hacia ella rápidamente, casi tropezándome (me había librado del ridículo de que se supiese mi verdadera edad, pero mi torpeza natural no podía evitar algún toquecillo de recuerdo).

Agarré con firmeza la barra de la puerta dispuesta a abrirla. Pero sobre todo decidida a buscar a ese chico dentro del club. Me había propuesto encontrarle y otra cosa no, pero cuando yo me proponía algo, lo conseguía.

Besos a medianoche *COMPLETADA*Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt