Capítulo 9: Photograph - Arcade Fire.

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"Nebraska:

1.f. Nostalgia de algo o de alguien.
2.f. Nieve en falta (invierno).
3.f. Noviembre en manos de mayo.
4.f. Nosotros."

En realidad nunca conocí a Pinkie. Hablé una vez con Luna, y me volví loco tratando de traducir lo que ella me dijo las pocas veces que hablamos en Asturias. Quería creer que la conocía, que podía entenderla y saber qué era lo que haría en cada momento.

Pero no era así.

A veces imaginaba que volvía a estar aquí. Que nos encontrábamos por casualidad en cualquier calle, o que ella me lanzaba cartas a la ventana, y volvíamos a hablar. Poco después de que se fuera, volví a soñar con ella.

-¿Quieres palomitas? -le pregunté. Caminábamos entre los coches del único autocine que quedaba en el barrio, y yo había comprado una bolsa de estas en un chino, justo antes de salir de casa.

-No, gracias. No tomo palomitas. Odio que se me queden entre los dientes.

Me gustaba verla andar delante mío, porque no andaba como lo hacía cualquier persona normal. Cada paso que daba lo hacía con precaución, como asegurándose de que el suelo no cedería ante su peso, y extendía los brazos a ambos lados de su cuerpo buscando un equilibrio. En cada mano llevaba un regaliz de un sabor distinto.

-¿Por qué extiendes los brazos así? -le pregunté.

Se giró para mirarme y sonrió.

-Imagino que estoy en un cementerio, A., y que a ambos lados de mi cuerpo hay tumbas de personas que una vez vivieron, que una vez sintieron... que una vez amaron -supuse que estaba relacionando los coches con tumbas, y no supe qué pensar, sencillamente porque se trataba de pensar sobre ella-. Imagino que camino de puntillas por los bordes de esas tumbas, fijándome en los epitafios de sus lápidas. Hace tiempo leí uno que me llamó la atención: "Vuelvo enseguida. No me esperéis". Desde entonces sólo pienso en cuál será el mío. ¿Tú querrás ser enterrado o incinerado, A.? Yo tengo un dilema. Me gustaría que al morir me enterraran para que otra persona paseara sobre mí, no faltándome al respeto, sino sintiendo que he vivido. Pero al mismo tiempo me gustaría que me incineraran y me tiraran al mar. ¿No te parece el mar lo más bonito de este planeta? Es tan amplio, tan limpio, tan pacífico... Me gustaría que lanzaran mis cenizas allí, pero que ningún pez se las tragara como anzuelo. No quisiera que muriese en el acto.

Asentí y continuamos la marcha hasta llegar a un trozo de césped vació entre cientos de mantas, junto a la gran pantalla. Tiramos la nuestra sobre el suelo y nos sentamos allí.

Yo no vi la película. Estuve demasiado distraído mirando cómo su mandíbula se contraía cada diez segundos y medio y cómo se colocaba el pelo tras las orejas. Me gustaba verla llevar a cabo esos gestos tan comunes. De alguna manera, los hacía suyos.

Y después despertaba. Soñé con ella en autocines, en el mar, en cementerios, en acantilados, en parques, en lagos, en azoteas, en Madrid. Soñé con Pinkie casi todas las noches, y lo único que quería era volver a verla.

Y todo lo que sabía era que ya no estaba aquí, conmigo.

Una y otra vez releía lo que ella me escribía en su cuaderno. Hablaba de sus experiencias desde que me vio, de decisiones que había tomado a lo largo de su vida, de las que se había arrepentido, de las que se alegraba de haber tomado, y de Madrid. Hablaba sin parar de Madrid. Me presentaba lugares idílicos, los rodeaba con versos de poemas que había leído cuando los visitó, me recomendaba canciones para que, cuando fuera, las escuchara...

De alguna forma, Pinkie seguía allí conmigo. No en cuerpo, pero sí en esencia. Al menos, hasta que terminé de leer su cuaderno. Entonces se fue por completo.

Me senté sobre las rocas en las que ella y yo habíamos compartido una puesta de sol, y sujeté el diario con ambas manos. Estaba cálido, por un momento pensé que era su corazón. Saqué del bolsillo trasero de mis pantalones un mechero y lo encendí. Acerqué la llama al cuaderno y este comenzó a quemarse. Lo sujeté con el dedo índice y el pulgar por una de la esquinas hasta que mis yemas empezaron a teñirse de negro, y solo cuando estuvo prácticamente reducido a cenizas, lo lancé al mar.

-Esta será nuestra adicción -susurré.

Ya sabía dónde estaba Pinkie.

Nebraska.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora