Capítulo dieciséis

Începe de la început
                                    

Claro estaba, había abierto mi armario y acababa de encontrar mis siete vestidos de noche, los cuales jamás, en mi vida, había utilizado y, a pesar de ello, seguían ocupando su espacio reglamentario en el ropero, mi elemento favorito de todo el apartamento.

—Oh, Dios mío, ¡quiero que mis damas de honor vistan este mismo color! —chilló con la voz aguda, estirando con su mano llena de gérmenes y evidentemente sucia mi primer diseño confeccionado, el largo vestido azul marino de seda.

—¡No toques mis vestidos! —gruñí, apartándola con rapidez para cerrar mi armario con mi mano libre. No iba a dejar que posara sus pezuñas sobre mis bebés inanimados.

—Perdón, Frodo —rio, ajena a las horas que les había dedicado a cada uno de aquellos vestidos, que sumaban, por lo menos, unas doce veces más de lo que llevaba ella planeando su boda.

Sin preguntármelo, se sentó en mi cama, como si fuera su propia casa, mirando a su alrededor con una sonrisa, como si fuera una niña pequeña en una casa de muñecas.

—¿No deberías probarte el vestido ya, Marinette? —inquirí, incómoda por su presencia.

No era la primera persona que entraba en mi habitación, ya que mi vecino y la presidenta de la comunidad ya lo habían hecho la semana anterior, aunque sí era la primera que me incomodaba estando allí.

—Oh, sí, claro, estoy deseándolo. Si es la mitad de bonito que el azul, te contrataré para que cosas el vestido de bautismo de mi futuro bebé —dijo, muy alegre, más de lo que yo estaba, evidentemente.

No dije que no por educación, aunque iba a bloquearla nada más acabar con aquel pedido. No quería tener nada que ver con aquella loca nunca más en mi vida.

Se peinó el flequillo pelirrojo con los dedos, esperando a que yo fuera a por su vestido, así que no tuve más remedio que hacerlo. Me fascinaba la idea de que quisiera vestirse en mi habitación, mi lugar íntimo favorito en toda aquella ciudad, aunque tampoco iba a decírselo. Podría haberse vestido en el baño y nadie le habría dicho nada.

Regresé a mi cuarto con su traje de novia, aunque casi se me cayó de las manos cuando la vi despojada del suyo, admirando su cuerpo delgado en el espejo de pie, cubierto tan solo por una fina y exageradamente sugerente lencería roja.

—¿Crees que está bien para mi boda? La ropa interior, digo. Tiene que ser una noche que Pierre no vaya a olvidar jamás —preguntó, como si mi opinión valiera para algo.

Apreté los labios, intentando mirar en todos los rincones de la habitación para no fijarme en cómo colocaba sus pechos dentro del sujetador de encaje, extremadamente transparente, sin pudor alguno.

¿Acaso tenía sentido de la vergüenza aquella mujer?

—No creo que a Pierre le importe qué...

—¡Pues claro! —me interrumpió—. Va a ser nuestra primera vez, tiene que ser perfecto absolutamente todo, hasta la colocación de mis pezo...

—Claro que sí —carraspeé, lanzándole el vestido para que pillara la indirecta de que no quería seguir hablando de aquello.

Ella sonrió, agarrándolo al vuelo y observándolo desde cierta distancia.

—Él es virgen —continuó.

«¡¿Por qué me he metido en esta conversación, Dios mío?!»

Me acerqué a ella tan solo para ayudarla con su vestido. Iba a mantener la boca cerrada, no hacía falta hablar, ¿verdad?

—¿Tú no?

Y allí estaba, mi pregunta innecesaria cuya respuesta no quería saber, pero que, igualmente, había formulado. Necesitaba a alguien que me sacara el cerebro y me pusiera otro en su lugar.

Por suerte, un ruido proveniente de la terraza desvió nuestra conversación.

Lady S había despertado, indudablemente, ya que aquel sonido de nueces al ser partidas no podía ser provocado por nadie más que ella.

Marinette frunció el ceño, confusa.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, cuando yo ya estaba atando los nudos de su corsé, la pieza ornamentada principal de su gran vestido de tul.

—Es mi... —«mi perro»— Ardilla. Es mi ardilla.

A la novia psicótica se le iluminó el rostro con una inmensa sonrisa y no tardó en deshacerse de mis manos para andar hacia mi balcón sin sujetarse los bajos del vestido, aunque tan veloz que ni siquiera tuve tiempo para detenerla.

Corrí tras ella para agarrar la falda como pude, antes de que el suelo polvoriento manchara mi gran obra de arte, y casi me morí de un infarto cuando se agachó, clavando sus rodillas en el suelo y, con ellas, parte de la tela. Me morí y resucité en cuestión de segundos.

—Soy veterinaria, me encantan los animales —dijo con la voz muy aguda, como si estuviera hablándole a un bebé.

—Lo he mirado en Internet y no es ilegal tener arillas como mascotas —susurré, por si acaso intentaba echármelo en cara.

Marinette me miró y, sin preguntármelo antes, abrió la jaula de Lady S para agarrarla contra su voluntad y acercarla a su rostro para susurrarle un par de palabras incomprensibles, mientras yo seguía sujetando su vestido visiblemente agobiada.

—Yo a esta preciosidad la he visto antes.

Mi clienta frunció el ceño, inspeccionando a la pobre ardilla como si fuera una prueba en una escena del crimen, mientras yo sonreía a mi mejor amiga para intentar tranquilizarla. Pobre animal.

Un chirrido de óxido me avisó de que Bastien estaba subiendo las persianas y me apresuré a bajarme a la altura de Marinette para ocultarme tras mi balcón, esperando que no me viera.

Mi clienta frunció el ceño de nuevo, esta vez hacia mí, cuando él gritó mi nombre, haciéndome saber que sí que me había visto.

Arrugué la nariz, sabiendo que debía de enfrentarme a él en algún momento y, desgraciadamente, tenía que ser aquel.

Tanto la novia psicótica como yo nos levantamos, una sosteniendo la falda de un vestido y la otra, a mi pobre ardilla, que se revolvía incómoda entre las manos extrañas, haciéndome sentir del mismo modo que ella.

—¿Louis Sébastien?

Y, sorprendentemente, la que pronunció el dulce nombre de mi vecino no fui yo.

Querido jefe NarcisoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum