Capítulo IV: Fusión

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Cuando llegó al estacionamiento, Aya apenas tuvo tiempo de subirse al auto con su compañero. El portón automático ya estaba abierto, así que la patrulla salió a toda velocidad. Los neumáticos patinaban sobre el pavimento mojado por la nieve, mientras la sirena resonaba estruendosamente. La evacuación de la ciudad comenzaría en cualquier momento y debían darse prisa antes de que el tráfico inundara las calles.

―Maldición ―dijo Daniel mientras apretaba con furia el volante―, no lo entiendo. ¿Qué es lo que quiere Eve de nosotros? ¿Qué es lo que pretende hacer?

―Al parecer ―respondió Aya después de pensarlo un instante― necesita reunir una gran cantidad de personas. Pero, no sé para qué...

―Esa bruja ha involucrado a mi familia en esto. ¡Va a pagarlo!

―Démonos prisa antes de que sea demasiado tarde ―le alentó Aya mientras se abrochaba fuerte el cinturón de seguridad.

―Muy bien, sujétate ―dijo Daniel― Ben, resiste. Ya voy por ti.

Dieron un gran rodeo para evitar el tráfico que comenzaba a formarse. Aya iba cargando su arma y se aseguró de llevar suficiente munición esta vez. Cuando llegaron a Central Park, se encontraron con un paisaje desolador. El sol ya se había ocultado casi por completo y la oscuridad le concedía un aire tenebroso al enorme parque lleno de árboles secos, que dibujaban figuras siniestras contra la casi inexistente luz del atardecer.

Sin demorar un segundo, Daniel bajó del auto y se dirigió corriendo a la entrada de piedra del parque.

―¡Ben! ¡Ben! ―gritó hacia el oscuro y frío paisaje. Pero no obtuvo ninguna respuesta. Ningún ruido, ningún movimiento.

Aya, que había bajado del auto con más cautela que su compañero, podía percibir una rara sensación en el ambiente.

―¡Espera, Daniel!

―¡Debo encontrar a mi muchacho, novata! ―exclamó desesperado.

Pero en cuanto puso un pie dentro del parque, su brazo izquierdo se prendió en llamas. Daniel retrocedió agitando el brazo y gritando. Se acercó a un pequeño montón de nieve en la acera y enterró en él su antebrazo, que de inmediato se apagó y quedó humeando.

―Yo... ―dijo conteniendo la rabia― no me importa si ardo en llamas... ¡Demonios!

Aya se acercó y se agachó junto a él para ponerle una mano en el hombro.

―Algunas veces tienes que mirar antes de dar el salto, veterano ―le dijo en tono apacible.

―Es la única familia que tengo, Aya ―dijo con voz quebrada mientras que un par de gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Aya nunca lo había visto quebrarse.

―Yo iré ―le afirmó―. Además, Ben te necesita. No serviría de nada si mueres quemado antes de llegar a él.

Daniel se quedó en silencio. Aya lo ayudó a ponerse en pie.

―Los sacaré de ahí sanos y salvos. Lo prometo.

―De acuerdo ―contestó Daniel enjugándose las lágrimas y luego le puso una mano en el hombro a su compañera―. Confío en ti.

La rubia asintió con determinación. Se dirigió de prisa al maletero del auto y sacó el pesado rifle que le había dado Torres. Se puso el chaleco antibalas y le llenó los bolsillos con municiones. Por último, se colgó al hombro el fusil de asalto y caminó con paso rápido hacia la entrada del parque. No quiso hacer más largo el momento, así que solo le hizo una seña con el pulgar arriba a su compañero, que le devolvió el gesto sin decir nada más.

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⏰ Senast uppdaterad: Oct 27, 2023 ⏰

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