Sus miradas se enfrentaron. Dow, a pesar de sus intentos por apaciguarse, parecía un gallo de pelea listo para atacar. Breena, a pesar del miedo al verlo tan endiabladamente enfadado, no estaba dispuesta a claudicar.

– Si quieres ser una dama, deberías empezar a comportarte como una –le recriminó furioso por no poder lanzarse sobre ella y follarla allí mismo.

Palabra por palabra, esa había sido la frase de su abuela dos años antes, tras la muerte de su hermano. Pero las palabras de su abuela no la habían herido como lo hacía ahora Dow. Lo que él le estaba diciendo era que, para ser merecedora de ser la esposa de un lord, tenía que ser una dama y comportarse como tal. Por lo que deducía que él no la consideraba digna de ser su esposa.

– No soy una dama –le recordó Breena, mirándolo con orgullo–. Y a ti no te importaba.

La mirada del lord era arrogante, tal como había sido la de su abuela. No había estado dispuesta a cambiar por ella, y tampoco iba a dejarse doblegar por él. Estaba orgullosa de ser quien era, por lo que era, eso era lo que sus padres le habían enseñado durante toda su vida. No iba a convertirse en una hipócrita ahora.

– Ya me había dado cuenta –reconoció incómodo, pues eso era lo que más le gustaba de ella.

– Mi madre era plebeya y mi padre renunció a su título cuando mi abuela no la aceptó como su esposa –le informó orgullosa, malinterpretando su mohín de disgusto–. Mi abuela lo desheredó, le quitó su título y su apellido. Ningún hijo de mi padre tiene derecho a usar el aristocrático apellido familiar. Mi abuela, la ilustre dama, no quiso saber nada de nosotros, no le importaba si su hijo pasaba hambre o no. Hasta que murió mi tío, mi abuela no hizo ningún intento por acercarse a mi familia. Mi padre rechazó el título, otra vez. Sin ayuda de su familia mi padre llegó a estar entre los cinco hombres más ricos de esta isla. Y cuando mis hermanos murieron hace dos años, yo fui la última esperanza de mi abuela. Y también rechacé su título.

Breena le dio la espalda, furiosa. Dispuesta a alejarse, se lo pensó mejor y se enfrentó de nuevo a él, que miraba sorprendido cómo se desahogaba con la historia de su familia. Bennet no era un apellido aristocrático y ella nunca le había hablado de eso. Le intrigaba quién sería su familia, ¿y si los conocería?

– Mi abuela quería casarme con un noble escocés, de buena familia, apellido ilustre. Y rechacé a todos sus pretendientes porque esos nobles sólo querían mi dinero –Dow frunció una ceja, interrogante, pero no se atrevió a preguntar nada–. Soy la segunda mujer más rica de estas islas, la primera es la reina de Inglaterra.

Dow la miraba sombrío.

– Y parece ser que estoy entre las cincuenta personas más ricas del planeta –le soltó, quería hacerle ver que era tan buena como él.

– Aquí tu dinero no vale nada –le espetó Dow, furioso porque ella parecía compararlo con esos lores con los que su abuela había pretendido casarla. Ella era valiosa por si misma, no por su dinero.

Breena malinterpretó su furia, pensando que la ponía al nivel de una vagabunda.

– ¡No necesito tu título!, ni tu dinero, ni tu ropa –le lanzó a la cara la bolsa con la ropa que le había comprado, que Dow detuvo con las manos. Quiso añadir que sólo lo necesitaba a él –. Puedes quedarte con toda tu riqueza y lárgate con tu séquito.

Dow palideció. No iba a abandonarla.

– No voy a dejarte aquí –bramó irritado.

– Ya soy mayorcita. He estado en sitios peores. Y tú no eliges donde vas a dejarme, ya me buscaré yo una buena familia escocesa que me cuide –tuvo una repentina idea–. Puedo pedir asilo a mi familia.

El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)Where stories live. Discover now