7ª parte

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El aire fresco acarició su cuerpo, erizando su piel y endureciendo sus pezones. Escuchó la conmoción a sus espaldas. Supo que se habían girado, dándole la espalda, incómodos y ruborizados, y que se habían centrado en sus tareas  para evitar mirarla.

Supo que Dow permanecía quieto, mirándola. Podía escuchar su respiración acelerada y, o estaba muy enfadado, o muy excitado. Sonrió ligeramente. Sabía que estaba muy enfadado porque no le gustaba compartir sus juguetes. Bien, pues ella no era un juguete. No era su juguete. Ahora que había llamado su atención, le iba a dar un espectáculo que no iba a olvidar durante mucho tiempo.

Se puso la ropa interior sin prisas. Primero una media, luego la otra, con un dedo acariciando suavemente su piel hasta finalizar en su muslo. Cogió las bragas y se las puso, sujetándoselas con el dedo pulgar y acariciándose las piernas con las palmas de las manos. Al llegar al final de sus piernas, dos dedos recorrieron cada una de sus nalgas mientras asentaba las bragas en su lugar. Se las colocó por delante y, para hacerlo, puso su culo en pompa.

Dow emitió un gruñido de angustia. Breena casi sonrió de nuevo. Esperaría hasta excitarlo para luego darle con la puerta en las narices tal y como había hecho él.

Breena se agachó. De rodillas y con las piernas abiertas se estiró para alcanzar su sujetador. Se lo abrochó a la espalda con habilidad y subió las tiras con una suave caricia por sus brazos. Miró detenidamente como sus dedos le acariciaban su piel y se mordió el labio inferior.

¡Mierda! ¡Se estaba poniendo cachonda! No quería pensar en cómo estaría Dow. Su corazón latió todavía más rápido al pensar en él, totalmente excitado, acercándose a ella, acariciándola, tocándola y haciéndole el amor hasta apagar su deseo.

Cogió su camiseta de tiras y, todavía de rodillas, se estiró para pasársela por la cabeza. Encorvó la espalda mientras la bajaba hasta su cintura. Se levantó sugerentemente con la falda en la mano y, cuando se inclinó para ponérselas, se dio la vuelta y lo encaró. Durante un segundo rápido vio que Dow estaba de pie, con las manos alrededor de la empuñadura de su espada, apoyada en el suelo como si fuera un bastón, sin poder apartar la vista de los pechos que luchaban por abandonar el escote.

Se enderezó, abrochándose la falda. Sus miradas se encontraron. Breena respiraba entrecortadamente, sus pechos subían y bajaban al ritmo de su respiración irregular. A Dow le costaba trabajo contenerse sin abalanzarse sobre ella y follarla allí mismo hasta hacerla chillar de placer.

Breena reconoció su mirada y se volvió de golpe, horrorizada. Su intención había sido provocarlo hasta hacerle sentir la misma frustración que ella, para luego dejarlo caliente y frustrado para el resto del día, tal como ella había pasado la noche. Pero su mirada amenazaba con abalanzarse sobre ella, allí mismo, sin importarle los otros hombres que también estaban con ellos.

Recogió los vestidos que había llevado el día anterior. ¿Por quién la tomaba? ¿Es que no tenía pudor? Negó con la cabeza. Bueno, acababa de desnudarse delante de todos, a lo mejor se creía que eso le daba derecho a hacerlo. Cerró la bolsa con furia. Pensar con el corazón siempre le había traído problemas porque no pensaba con claridad. Necesitaba su ira para pensar fríamente. Ahora, que parecía que todo iba a volverse en su contra, ya no le parecía tan buena idea haberlo provocado.

Aún de rodillas, con la bolsa en la mano, sintió la presencia de Dow a su lado. Movió ligeramente la cabeza y vio sus botas por el rabillo del ojo. Breena no se movió, incluso dejó de respirar, expectante. Si la tocaba, estaba perdida, no podría controlarse.

– ¡Levántate! –bramó, pero ella no obedeció, no iba a ceder–. ¡Ahora!

Breena se puso en pie, como impulsada por un resorte, el resorte del miedo, asustada por un tono autoritario que no había escuchado en su vida.

El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora