5ª parte

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– Sube al caballo –sus palabras eran una mezcla de súplica, cargadas con una buena dosis de tono mandón y una pequeña pizca de disculpa, aderezadas con toda la ternura que sentía hacia ella–. Por favor.

Breena sólo pudo negar con la cabeza. Sabía que si le hablaba, no podría contener el dolor que la desgarraba por sus palabras humillantes y explotaría hasta llorar. Retrocedió cuando hizo ademán de agarrarla. No podía permitir que la tocara porque, en el mismo momento en que lo hiciera, su cuerpo ingrato reaccionaría a su contacto y estaría perdida. No lo miró cuando la llamó, pronunciando su nombre, suplicante, porque temía ver en sus ojos el mismo desdén que había escuchado en sus palabras.

“Breena no tendrá ningún bastardo mío”, la frase tronaba en su cerebro una y otra vez, golpeándola como una tormenta de verano, implacable y contundente. Le costaba trabajo respirar. Esas palabras implicaban que no la quería, porque si la amara, estaría orgulloso de cualquier hijo que ella le diera. Dentro o fuera del matrimonio.

Durante esos últimos días le había asustado la idea de que podría estar embarazada. Según sus cálculos, su periodo se estaba retrasando. Barajó miles de posibilidades, desde el estrés de esa aventura, nueva para ella, hasta el embarazo. Tras escuchar las palabras ofensivas y amenazadoras, le aterrorizó la posibilidad de un embarazo y todo lo que ello implicaba. Dow no iba a consentir que tuviera un hijo suyo.

Se alejó de él, cabizbaja, sacudiendo la cabeza mientras trataba de alejar de su subconsciente la idea de que no era más que un entretenimiento para él. Que esas últimas semanas de felicidad a su lado habían sido totalmente falsas. Y que si realmente estaba embarazada, ya podía empezar a correr y alejarse de él todo lo que pudiera.

Azuzada por sus pensamientos, comenzó a caminar más rápido, casi atropelladamente. El débil recordatorio de su última misión se evaporó de un manotazo imaginario. Si Dow no se hacía cargo de la tarjeta de memoria, tendría que buscar otra forma de hacérsela llegar a Donald  Willen.

Dow se quedó paralizado viendo como se alejaba. Su corazón latía desbocado ante el dolor de perderla, y le dolía aún más verla sufrir por su culpa. Su cuerpo temblaba por la furia contenida, miró con rabia a Brandon, que cabalgaba tras la mujer, escoltado por los dos escuderos. De pronto se dio cuenta de que la rabia que sentía no era hacia su amigo, sino hacia él por no poder darle a la mujer que… ¿amaba? lo que ella necesitaba. Se preguntó si realmente la amaba, o si sólo era su cuerpo débil excitado por el de ella. Fuese lo que fuese, era un sentimiento nuevo para él.

Montó sobre su negro corcel, decidiendo que ese no era el momento para pensar en si la amaba o si únicamente la deseaba, y sobrepasó a los tres hombres para colocarse al lado de Breena.

– No me hables si no quieres, pero, por favor, te pido que montes conmigo al menos para entrar en el castillo –rogó Dow ante la sorpresa de Brandon, que levantó una ceja al ver suplicando a su amigo por primera vez en la vida.

Breena sólo sacudió la cabeza negando rotundamente.

– Una mujer que camina al lado de un caballero significa que es su concubina –le informó Brandon en un intento por echar una mano a Dow y hacerla entrar en razón.

Breena lo miró precipitadamente.

– ¿Concubina? –preguntó.

– Puta, amante, querida… –le tradujo rudamente Dow, mirándola a los ojos con calma, esperando a que ella entendiera el auténtico significado del hecho de no entrar montada a lomos de su caballo.

Breena arqueó las cejas y frunció sus labios en una mueca llena de sufrimiento. Sabía perfectamente lo que significaba la palabra concubina.

– Bueno, eso es lo que soy realmente. ¿Cuál es el problema, entonces? –no pudo continuar manteniendo su mirada y se centró en las piedras del camino.

El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)Where stories live. Discover now