UNA MUJER EN UN PAISAJE ESCONDIDO

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Bajo la sombra imperante de un día verdoso,
estaba sentada una mujer,
fuerte y esbelta con un sombrerillo...
Sobre sus hombros y espalda,
cáiale una oscura cabellera de reflejos azulosos,
y ella tejía una canasta de carrizo


Pensaba en su incierto destino,
evocando los tiempos en que nada le pertenecía
porque la esclavitud yacía
y el hambre les devoraba.
Frente a la esperanza de un silencio
que la acompaña en la desgracia,
la adorna en la violencia
y la cubre de la miseria.

Algunas gallinas picoteaban el suelo cerca de ella,
y era el ruido quien acompañaba su largo silencio de agonía.
El paisaje se imponía sombrío
como las descripciones poéticas
de aquella novela de Alcides Arguedas
en un marco que da lugar a todo,
incluso a lo que no queda dicho en imágenes.

A través de las palabras descubría el influjo de su voz
y en sus manos guardaba el secreto de su fuerza,
una fuerza para trasponer al mundo...
A aquello que desde afuera es incapaz de crear,
de encontrar en los más diversos estados,
y emociones...
el dolor, el júbilo y el gozo de un pueblo despojado.

Esa mujer, la mujer de las tristezas
y las agallas desgastadas, pensaba en su designios
En los horizontes infinitos,
y en las cimas inaccesibles,
con nevados soberbios y grietas abismales.
Recordaba los valles que se extienden
a las faldas de la luz,
que le acompañan en caminos inesperados
y que inician la vida con atardeceres
para penetrar en un amanecer desolado.
Contemplaba precipios insondables,
que parecían palpitar a una vida distinta a la humana
y mientras las imágenes callaban..
la poesía escondida en palabras hablaba.

Rojos, azules, grises y cafés...
una variedad rapaz de tonalidades,
Dos azules
que trasmutan el silencio del cielo y el silbido del lago,
y que forman el connubio de dos colores.
Formas que narran el Altiplano,
en una captación de movimientos y sonidos.

Aquí está...
Lo infinito, lo enorme, lo inconmensurable,
está aquello que determina al hombre y al mundo.
Allá, cerca del lago Titicaca,
donde el ruido y el silencio cesan las tardes serenas.
El viento se calma en el follaje,
y las aves revolotean en torno a sus madrigueras
mientras la tierra exhalaba vaho tibio y perfumado.

Un absoluto fetichismo, un panteísmo natural.
Adorar, adorar... Y no dejar de adorar
a ciertas fuerzas inconscientes y poderosas,
divinidades acuáticas que se transforman en el campo
y cuyos orígenes remontan a oscuras hilogenias aymaras.
Dichas creencias superpuestas,
y nunca determinadas
intercaladas en dioses primitivos y santos cristianos
una preeminencia del clero serrano,
vinculado a los intereses del gamonal.

Nuestra existencia es una perpetua lucha
y esos ojos cansados que lloran frente a la injusticia,
que escriben para hacer historia,
que dejan un recuerdo para sanar,
y que a cada paso que transita,
se encuentra con la sangre...
la sangre de un pasado que murmura en el presente,
y que vive en las memorias y cantos de nuestros antepasados
como un grito de resistencia
Una lucha tenaz,
porfiada, perenne y eterna
y una insensibilidad de contemplar
lo que la naturaleza le otorga
para someterse al efecto
que se deposita en sus almas e identidad.

Frente a la misera
frente al silencio
y frente al dolor,
esa mujer fuerte vence,
vence con la revolución de la esperanza.

Poema inspirado en el libro "Raza de bronce" del escritor Alcides Arguedas.

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