Dow lanzó un gruñido desesperado y se giró levemente hacia ella.

– Señora, deja de moverte que me estoy poniendo burro –su grado de frustración era tal que no controló ni las palabras escogidas, ni el tono burdo,  ni el volumen de su voz que también atrajo la atención de los otros hombres. Dow comprendió que Breena no entendía lo que le estaba diciendo–. Con tanto contonearte me estás excitando –repitió groseramente, señalando su entrepierna. Breena abrió la boca sin salir de su asombro.

– Podría parar aquí, en este lugar, y saciar mis necesidades ahora mismo.

– ¿Tus necesidades? –Gritó, enrojecida por la ira que estaba naciendo en su interior, y lo golpeó con la mano que tenía libre–. ¿Tus necesidades? ¿Y las mías? He estado enferma y hoy me he levantado con ciertas partes de mi cuerpo tan doloridas que parecía que un tren me había pasado por encima.

– ¿Tren?

– Caballo, parecía que un caballo me había pasado por encima.

Dow sonrió burlón. Su escudo de armas era un caballo encabritado, así que ella no andaba tan desencaminada. La sonrisa engreída de Dow, como si fuese conocedor de un chiste que sólo él sabía, hizo que se le encendiera la sangre todavía más.

– Y al cabalgar de esta forma me duelen las piernas y… –señaló significativamente sus partes íntimas y delicadas, poniéndose colorada al hacerlo.

Dow frunció el entrecejo. Sentimientos contradictorios luchaban dentro de él, se sentía culpable, a la vez que orgulloso, sabiéndose el causante de sus incomodidades tras una inigualable noche de pasión que le era difícil de olvidar.

– Tendrás que aguantar un poco –le pidió, deseoso de poder reconfortarla–, ahora no puedo proporcionarte más comodidades que las que tienes.

– Yo no te he pedido nada.

Dow se volvió fastidiado, concentrándose en el camino que tenía por delante. Como aún la sujetaba por el brazo, la atrajo hacia su espalda hasta que la sintió otra vez relajada contra él. Brandon lo miró con una sonrisa burlona a la que Dow respondió con una mueca.

– No nos has presentado a la dama –le recordó Brandon, socarrón–. Entiendo que quieras tenerla para ti solo, pero tenerla oculta en estas circunstancias te va a ser imposible.

Dow bufó de malhumor ante la socarronería de su amigo.

– Breena, te presento a mi mejor amigo, Brandon MacIvor. Brandon, la dama es Breena Bennett.

– A su servicio, señora.

– Encantada, señor.

– Tu nombre me dice que eres escocesa pero no reconozco tu acento.

– Mi padre tuvo algún antepasado escocés, pero hace años que mi familia no vive en Escocia.

– ¿Dónde vivís ahora?

– En Estados Unidos de América.

– Me habías dicho que no tenías familia –le recordó Dow mirándola por encima del hombro.

– Y no la tengo. Asesinaron a mi madre cuando yo tenía 10 años. Mi padre murió hace años de una enfermedad. A mi hermano mayor lo mataron hace dos años en un ataque terrorista, y mi otro hermano se alistó en el ejército y murió seis meses después.

– Siento lo de tu familia –se lamentó Brandon.

Los hombres intentaron asimilar el resumen de su vida, procurando obviar las partes que no entendían.

El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora