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ACEPTACIÓN SOBRE LA RESIGNACIÓN

ADDIE.

Por supuesto que no me había quedado claro.

No solo me parecía que toda esta situación estaba siendo irreverente, ya que era obvio que yo era una eminencia como residente de neurocirugía y que el único lugar al que pertenecía era el hospital, sino que hasta me sonaba un poco injusto. Con cáncer o no, influencia o no, yo había sido irrespetada por ese hombre en un bar y ahora me obligaban a ser su doctora privada. ¡Por Newton femenino! ¡Hasta las feministas armarían una marcha en mi nombre por esto!

Entendía a la perfección que ese hombre había tenido una de las más terribles enfermedades que puedes vivir, que es el cáncer, pero también consideraba que cualquier otro doctor podía darle el seguimiento a su caso. Y hasta mejor que yo.

No entendía para nada cuál era el juego que Tess se traía con todo esto, ni tampoco iba a gastar mis neuronas en eso, pero bajo las condiciones dadas en aquella mesa donde estaban Nathaniel y el pesado de su amigo tragándose de panqueques, decidí que no quería formar parte de algo así.

Así que al día siguiente me escapé deliberadamente. Sí señor, esa mañana no fui a casa de Nathaniel, sino que me fui directo al hospital a ser lo único que yo de verdad quería ser: una neurocirujana. Necesitaba un respiro, necesitaba volver a sentir la adrenalina que mi carrera me hacía sentir, necesitaba volver a mi día a día de locura con el que, irónicamente, yo no me volvía loca. Pero con toda esa situación de Nathaniel sí empezaba a perder la cordura.

Obviamente no fui tan tonta como para aparecerme en el hospital sin la precaución debida, pues podía encontrarme con Tess y eso no sería bueno. No señor, estas inteligentes neuronas lo tenían todo fríamente calculado.

Ese día opté por usar un disfraz de lo más convincente para pasar desapercibida: me quité las gafas de pasta gruesa que eran mi distintivo y las reemplacé por lentes de contacto, me puse una peluca de pelo corto negro de las que había usado Zoey en sus muchas fiestas de halloween, ropa formal para parecer doctora jefa y no residente, unos zapatos altos y mi bata blanca a la cual le había colocado una etiqueta con un nombre ridículo: Dra. Amely Sighfried.

Entonces, confiada de que nadie me reconocería, me adentré al hospital en busca de casos que atender.

Justo cuando estaba llegando al piso de neurología, mi teléfono móvil vibró, advirtiendo de un nuevo mensaje, lo que me obligó a verlo.

AARON:
De acuerdo, he sido un poco insistente,
pero no es para que me ignores, A.

AARON:
Solo dime si irás a la fiesta o no. Necesito confirmarles.
Mira, aquí está la invitación.

Una imagen se adjuntó. Una invitación digital muy refinada que hablaba de una fiesta de compromiso muy importante de una tal familia Sinclair o algo así. Y yo, sinceramente, lo único que sabía de esa familia es que uno de los integrantes era la novia de mi hermano.

Inmediatamente cerré la conversación dejándolo en visto a propósito. Ya estaba cansada de ese tema y no quería hablar al respecto. Le había dicho más de mil veces a mi hermano que no quería asistir a esa fiesta y aún no captaba el mensaje. Si tan solo se inmutara en estar más presente en nuestra vida en vez de andar figurando con esa gente multimillonaria, entendería por qué no quiero asistir.

Toqué el botón del ascensor, me adentré en él y llegué hasta el piso de neurología. Justo cuando toqué pie ahí, mi móvil volvió a vibrar. Poniendo los ojos en blanco, porque pensé que sería otra vez el pesado de mi hermano, saqué el teléfono y lo miré.

Lecciones en el amorWhere stories live. Discover now