2

3.6K 384 79
                                    

LO QUE (REALMENTE) OCURRIÓ ESA NOCHE, 
SEGÚN ÉL Y SU DEBILUCHO CEREBRO BORRACHO

NATHAN.

3 horas atrás...

—Bueno, Nathan, todo indica que estás listo.

Vi caer frente a mi rostro el último vendaje de los muchos que recubrían mi cabeza. Por instinto, pasé mi mano por la cabeza sintiendo todo aquello que mi calvicie representaba: una inesperada batalla, meses de intenso dolor, la pérdida de seres que aseguraban ser allegados a mí y el triunfo por sobre todas las cosas.

Alcé la vista, viendo todo con claridad por primera vez en mucho tiempo. No había imágenes borrosas, ni fuertes mareos, ni fallos a la hora del enfoque. Todo, increíblemente, parecía estar en orden conmigo.

Mi doctora, la insuperable neuróloga Tess Lewis, me observaba con ojos centelleantes, al tiempo que la enfermera que se mantenía a su lado, guardaba en una caja los vendajes, tubos respiratorios y otros artefactos médicos que desde hace un año se mantenían adheridos a mi cuerpo como si fuesen otra extremidad.

Bajé la cabeza.

—No sé...—le dije, inseguro—. Tal vez debería permanecer unos días más, solo por si acaso.

Tess le tocó el hombro a la enfermera. Fue como si le estuviese hablando con la mente, pues ésta desalojó la habitación en menos del segundo. Seguido, tomó asiento a mi lado, en la camilla, posando su mano sobre la mía.

—Nathan—pronunció mi apodo con cariño, como si se tratara de su propia familia—. Este último año ha sido muy duro, pero demostraste ser capaz de salir adelante aún cuando nadie pensó que lo lograrías. Tu caso es un milagro para todos en este hospital...

«Tu caso es un milagro».

No era la primera vez que lo escuchaba de su boca o la de alguien más. Y sí, luego de sobrevivir sin probabilidad alguna a un agresivo tumor cerebral, era lógico que todos me vieran como si un ser divino hubiese intervenido por mí. Hasta yo lo veía así de vez en cuando.

Un año atrás, yo era perfectamente normal. Trabajaba de tiempo completo como gerente en una empresa de bienes raíces, por lo cual hacía muy buen dinero en el mes, viajaba casi que cada semana a diferentes destinos del mundo por asuntos de negocios, era un fanático de las motocicletas y participaba en carreras, me había comprometido con la mujer que yo creía amaba y nos habíamos mudado juntos, tenía un montón de amigos, vida social y hasta hacía deportes para mantenerme en forma.

Y luego las jaquecas iniciaron. Primero leves, luego más intensas. Llegué hasta un punto donde ya no podía hacer nada, así que tuve que ir a una consulta médica. Pasé por diversos doctores: generales, oftalmólogos, internistas, tantos que ya no recuerdo. Ninguno supo diagnosticar qué tenía.

Hasta que el destino me llevó hasta Tess Lewis, que era tan dedicada en su profesión de neurocirujana y detectó el tumor cerebral casi que al mismo día, tras una crisis intensa de cefalea. Me internaron al día siguiente y solicité a Tess que nadie más que ella llevara mi caso. Fui muy claro: médicos especializados, nada de internos o residentes.

Al principio todo iba bien. Había esperanza y tiempo. Me dieron una licencia en el trabajo, mi familia, prometida y amigos del círculo social me visitaban a diario y hasta estaba de ánimo para ser yo mismo, a pesar de los dolorosos tratamientos a los que me sometían día tras día.

Sin embargo, al cabo de dos semanas de quimioterapia, empecé a perder mucho más que solo el cabello. Los ánimos se iban, la movilidad del cuerpo también, e incluso las personas que me visitaban a diario, dejaron de hacerlo.

Lecciones en el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora