Parte 2

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La casa de su tía, era una vivienda muy humilde, único resabio en ese barrio, de las viejas casa/quintas, que otrora fueran muy populares en la zona; cocina/comedor con piso de cemento "alisado", en su mayor parte roto; tres dormitorios altos, ruinosos y húmedos; baño interno y externo sin descarga de agua; techos de chapas oxidadas con agujeros y goteras en días de lluvia. El colorido panorama se completaba con la presencia de unas inquietas lauchas que ingresaban por debajo de las desvencijadas puertas, o por los resquicios que dejaban las ventanas rotas, parchadas con nylon, para evitar el "chiflete" helado del invierno y las moscas del verano.

Muy marcado por las sensaciones de abandono experimentadas, Carlitos se las rebuscaba para comprarles golosinas a los chicos del pequeño grupo de amigos al que estaba intentando pertenecer, con el objetivo de ser querido, aceptado y nunca abandonado. Esta actitud desesperada fue una constante en su vida, incluso hasta el día de su muerte, donde se prometió torta y chocolate para los que asistieran al velatorio.

Pese a estas circunstancias, la vida de Carlitos y sus hermanas, no difería demasiado de la vida de otros chicos en situaciones similares; ellos intentaban ser felices; reían, corrían, jugaban con lo que tenían y a veces también peleaban, pero jamás dejaron de promover ocasiones de disfrute, como cuando armaron en el terreno baldío aledaño, una pista de bicicletas, o se disfrazaban con las prendas de mamá para jugar a "la familia". 

La niñez de Carlitos finalizó a los trece años, cuando su madre lo conminó a buscarse un trabajo para ayudar a la precaria economía familiar. Así fue como Carlitos se convirtió en cadete de tintorería y con dinero en mano logró mantener contenta a su mamá y a su grupo de amigos. No es que Carlitos fuera de naturaleza muy generosa, su actitud estaba más relacionada con el temor inconsciente que sentía al abandono, a que lo dejaran de querer. Esa era la razón no develada de su generosidad, cuestión que le permitió durante gran parte de la adolescencia hacerle "una gambeta" a la soledad, a la depresión y a la muerte; circunstancia, que como se verá más adelante, de todos modos, no pudo evitar. Por ese entonces (nos referimos a sus trece años aproximadamente), sus hormonas comenzaron a revolucionarse por una linda rubiecita, vecinita del barrio, cuando se reunían en casa de ésta a mirar televisión, ya que era costumbre en esa época juntarse los chicos y la familia a mirar TV, en la casa de los pocos que contaban con esa tecnología de avanzada.

Continuará...

CONSTRUCCIÓN DE UN NIÑO MALWhere stories live. Discover now