Nunca sabes cuándo serán los últimos latidos de tu corazón.
Violet sabía eso a la perfección después de haber permanecido día tras día junto a la cama de hospital de su hermana Nora. Hasta que no la escuchó pronunciar sus últimas palabras, no compre...
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Pensó que su madre volvería a decir que no. Le había hecho tantas veces la misma pregunta y en todas esas ocasiones siempre obtuvo negativa por su parte, que esta vez creía que sería una de muchas, pero no fue así.
—¿En serio que quieres hacerlo? —Violet se hallaba demasiado sorprendida, así que necesitó volver a preguntarlo para asegurarse—. Mira que puedes dejarlo para otro momento.
Bryanna Lowell negó con la cabeza. Había estado dándole muchas vueltas y al fin se había decidido. Quería visitar a su hija, hablar con ella como si aún estuviera a su lado. Quería de una vez por todas alejar ese dolor que tenía anclado en el pecho. Había necesitado mucho tiempo para comprender que Violet tenía razón.
Guardarte lo que sientes, cargar con el peso de unos recuerdos que no eres capaz de asumir, puede hundirte más de lo que ya estás.
Era hora de liberarse de esa carga.
—Debo hacerlo —dijo convencida—. ¿Me acompañarás?
Violet volvió a estudiar el rostro de su madre. Había esperado tantos meses por esa respuesta, que ahora que por fin la obtuvo, le resultaba sorprendente de asumir. Pero se alegraba como nunca. Su madre por fin había dado un paso importante, y aunque sabía que enfrentar el momento sería duro, era consciente de que también era necesario para poder continuar con la vida, al menos con la mayor normalidad posible.
—Claro que voy a ir contigo. No estás sola en esto, mamá.
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Solo habían paseado juntas una vez hacia la tumba de Nora.
Jamás volvieron a tomar ese camino de la mano. Pero ahora, Violet agarraba con fuerza la mano de su madre tratando de darle ánimos. Pese a que había dado un gran paso al ir hasta el cementerio, sabía que las cosas eran muy complicadas para ella. Se dio cuenta de ello cuando se detuvieron justo enfrente de la tumba de su hermana.
Violet retiró las flores marchitas de su lápida antes de depositar unas nuevas. Bryanna Lowell se hallaba observando los movimientos de su hija. Ninguna palabra salió de sus labios, aún no se sentía lo suficientemente valiente como para hablar.
