1 | Liberarse de la culpa

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El cementerio se encontraba prácticamente vacío a esas horas de la mañana, tan solo el sonido de los pájaros hacía acto de presencia

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El cementerio se encontraba prácticamente vacío a esas horas de la mañana, tan solo el sonido de los pájaros hacía acto de presencia.

James caminaba con cierto hastío mientras trataba de encontrar la tumba de su hermano pequeño. Era la segunda vez que ponía un pie en ese lugar, solo que en este momento parecía costarle mucho más que la primera. Sus pasos cada vez se hacían más pesados, y estuvo a punto de darse la vuelta y tomar rumbo a casa. Después de sopesarlo durante unos cuantos segundos se dijo que si tomaba esa decisión, dentro de un tiempo se arrepentiría de ella.

Pues aunque quieras, no puedes escapar de tu pasado.

Echó un vistazo a la hilera de lápidas que se desplegaban ante sus ojos, y dudó antes de tomar una dirección u otra. «¿Era derecha o izquierda?» pensó, para terminar decantándose por la primera opción. Pese a que ya había estado antes, prefirió alejar todos los pensamientos que tuvieran que ver con la muerte de su hermano, y eso incluía el lugar en el que estaba enterrado.

Otra opción habría sido la de preguntar a su madre, pero tal y como estaban las cosas con ella, enseguida descartó la idea. Ni siquiera le había dicho donde iba.

Tras un rato caminando, la tumba de su hermano apareció a unos metros de distancia.

La observó desde lejos como si tuviera miedo de acercarse a ella, bueno, realmente estaba aterrado porque jamás se imaginó que sería algo tan difícil de enfrentar. Un suspiro salió de su boca y se mezcló con la pequeña niebla que acompañaba el día. Un ramo de flores descansaba sobre el mármol y no le costó deducir que pertenecían a su madre.

Cuando por fin se atrevió a acariciar el nombre de su hermano marcado en la fría piedra, se percató de que estaba temblando.

—Elliot —susurró conteniendo las lágrimas.

Había aprendido a controlar ese tipo de sentimientos. Su padre siempre le decía que llorar no servía de nada, que no arreglaba las cosas. Por el contrario, su madre pensaba de manera muy diferente. «A veces llorar te ayuda a desahogarte, a soltar lo que te consume por dentro. No tengas miedo de hacerlo, James» era lo que ella solía decirle, al menos antes era así.

Se sentó en el césped sin dejar de contemplar la tumba de su hermano. Había estado practicando durante mucho tiempo lo que diría cuando estuviera enfrente de él, pero las palabras no parecían querer salir, estaban atoradas en su garganta como un nudo alrededor del cuello impidiéndole respirar. Ni siquiera sabía por dónde empezar.

—He venido a verte, Elliot —habló después de un largo silencio—. Quería haberlo hecho antes, pero no pude. Soy un cobarde y espero que no me odies por ello.

Escuchó pasos a su espalda, y eso hizo que su atención se desviara hasta ese punto.

Sus ojos se toparon con una muchacha aparentemente de su edad que miraba con tristeza la tumba situada al lado de la de Elliot. Vio como se sentaba mientras depositaba una rosa sobre ella. Decidió que era hora de apartar la mirada pues no quería resultar un curioso, además, había ido hasta allí para hablar con su hermano, no para ser un cotilla.

El abrazo de la soledadWhere stories live. Discover now