━ 𝐗𝐋𝐈𝐈𝐈: Sangre inocente

Magsimula sa umpisa
                                    

A su alrededor, la anarquía y la discordia se expandían por las calles de York como el más letal de los venenos. Los gritos, los llantos y el sonido producido por el choque del acero contra el acero llenaban el aire, que olía a muerte y destrucción. Además de a miedo.

La escalofriante cacofonía que provenía del interior de la iglesia hizo que la hija de La Imbatible volviera a la realidad. Sus iris esmeralda, que destacaban contra la pintura oscura que afilaba sus rasgos faciales, descendieron hasta la puerta del edificio, que se hallaba entreabierta.

Como si gozaran de libre albedrío, sus piernas se pusieron en movimiento. Cuando quiso darse cuenta ya había cruzado el umbral, adentrándose en el templo. 

Un molesto nudo se aglutinó en su garganta al reparar en el infierno que se había desatado allí dentro, donde la situación era muchísimo más cruenta que en el exterior. Sus compatriotas no habían titubeado a la hora de arremeter contra los sajones que habían acudido aquella mañana a misa para rendirle culto a su dios. Hombres, mujeres, niños, ancianos... Ninguno hacía excepciones, masacrando a todo aquel que se interpusiera en su camino, independientemente de su sexo o edad.

Los berridos que proferían aquellos pobres desgraciados le pusieron el vello de punta. Presa de un terrible escalofrío, se abrazó a sí misma y escrutó las inmediaciones de la iglesia con un rictus amargo contrayendo su fisonomía. Su atención se desvió hacia una mugrienta esquina, donde una mujer —vestida de un blanco impoluto— estaba siendo brutalmente violada. El estómago le dio un vuelco al ver cómo el sujeto que la estaba montando en contra de su voluntad la embestía con ferocidad y salvajismo, descargando toda su furia contra ella.

Apartó la mirada, incapaz de seguir observando cómo la cristiana arañaba el suelo con desesperación, suplicando para que todo acabara. Aún cruzada de brazos, Drasil hundió las uñas en las mangas de su camisa, buscando con aquel pellizco de dolor que la mente se le despejara.

Un nuevo alarido la sobresaltó.

Los latidos de su corazón aumentaron considerablemente su ritmo al vislumbrar a unos metros de distancia a una mujer que sostenía entre sus temblorosos brazos un bulto inmóvil y ensangrentado. El alma se le cayó a los pies cuando se percató de que se trataba de un niño. Un bebé que no llegaría al año.

La skjaldmö se quedó estática en el sitio, con las pestañas húmedas y los labios fruncidos en una mueca de horror. La visión de aquel cuerpecito inerte que no dejaba de ser acunado por su desconsolada madre, incluso cuando ya había exhalado su último aliento, fue demoledora para ella. Tanto que le resultó imposible no retrotraerse al día en el que su propio hermano abandonó Midgard para reunirse con los Æsir y los Vanir.

Sintió que comenzaba a faltarle el oxígeno cuando el rostro de aquella sajona fue sustituido por el de su progenitora, que lloraba sin cesar la pérdida de su segundogénito. Una desagradable presión se instauró en su pecho, tan opresiva y asfixiante que empezó a hiperventilar. Tuvo que parpadear varias veces seguidas para que aquella imagen desapareciera.

Fue entonces cuando los ojos de la mujer, que permanecían anegados en lágrimas de rabia e impotencia, se posaron en los suyos. Al principio la miró con un gesto vacío de toda expresión, quizás abrumada por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero su semblante no tardó en retorcerse a causa de la cólera, como si tuviera delante a la persona que le había arrebatado la vida a su pequeño.

Drasil comprimió la mandíbula con fuerza, sabedora de que para esa pobre madre ella era igual de culpable que aquel que había asesinado a sangre fría a su vástago. A sus ojos, todos ellos eran unos salvajes que disfrutaban matando y saqueando. Demonios carentes de escrúpulos y sentimientos.

➀ Yggdrasil | VikingosTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon