━ 𝐗𝐋𝐈𝐈: Te conozco como la palma de mi mano

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El primogénito de Ragnar y Aslaug extrajo de un arcón de madera ornamentada su peto de cuero endurecido y los protectores que solía llevar en los brazos, junto con su talabarte, una espada larga y su inseparable hacha. Depositó todo en la mesa que se erigía en el centro de la carpa e hizo un rápido recuento de lo que necesitaría durante el asalto para cerciorarse de que no se olvidaba de nada.

—¿Te ayudo? —Aquella voz que él tan bien conocía lo sacó de su ensimismamiento.

Ubbe alzó la mirada, topándose con la esbelta figura de Drasil, que se hallaba de pie junto a la abertura que daba acceso al exterior. La muchacha lucía su atuendo de skjaldmö, con su larga melena rizada recogida en una intrincada trenza y una espada pendiendo de su cinturón. Sus rasgos faciales, que habían comenzado a afilarse a causa de la madurez, exhibían un maquillaje tribal que hacía resaltar sus ojos, los cuales brillaban como dos esmeraldas relucientes.

El joven asintió, incapaz de apartar la vista de ella.

Drasil acortó la distancia que los separaba, bordeando la enorme mesa de roble, y se detuvo frente a él. Cogió la rudimentaria armadura y la acopló al torso de Ubbe mientras este la observaba con sumo detenimiento. Ajustó las correas de los hombros y procedió a atar los cordones laterales.

—¿Nervioso? —inquirió ella, una vez que hubo terminado con el peto.

Ubbe negó con la cabeza.

—No, ¿y tú?

Drasil se hizo con uno de los protectores. Volvió a situarse delante del chico, que extendió su antebrazo izquierdo sin que ella tuviera que pedírselo, y se lo colocó con habilidad y precisión. Estaba tan cerca de él que podía sentir su cálido aliento entibiándole la cara.

—Un poco —reconoció la hija de La Imbatible, que continuaba afanada en su tarea—. Pero supongo que es normal —acotó con simpleza.

Aquella iba a ser la primera vez que participase en una contienda tras haber resultado herida en el campo de batalla, hacía poco más de tres lunas. Era cierto que había estado entrenando para fortalecerse y no perder facultades, que la herida de su costado ya no le suponía ningún impedimento a la hora de luchar, pero una parte de ella se sentía insegura. Una parte de ella tenía miedo. Miedo de que volviera a ocurrir, de que otro error garrafal la arrastrase al borde de la muerte.

—Dras —la llamó Ubbe. La susodicha alzó el rostro hacia él, perdiéndose en su magnética mirada—. No tienes que participar si no quieres —remarcó, haciéndose eco de sus pensamientos. Podía percibir sus dudas, su temor a no encontrarse a la altura de las circunstancias, de lo que se esperaba de ella como descendiente de una de las escuderas más famosas de toda Escandinavia. Y en el fondo a él también le asustaba que no estuviese preparada, que aún fuera demasiado pronto para que se reincorporase a las filas del Gran Ejército—. No tienes que demostrar nada, ¿me oyes? —apostilló, agachándose ligeramente para así tenerla a su misma altura.

—Lo sé. —Drasil asintió, para luego romper el contacto visual con él.

Sin querer ahondar más en el tema, la castaña cogió el otro protector y lo acomodó en su antebrazo derecho, abrochándoselo después. El Ragnarsson tampoco dijo nada más al respecto, consciente de que la decisión ya estaba tomada y que nada le haría cambiar de opinión, de manera que el silencio se instauró entre ambos.

Los dos se mantuvieron en el más absoluto mutismo, teniendo como único telón de fondo la cacofonía de voces que provenía del exterior de la tienda. Transcurridos unos segundos, cuando lo único que quedaba sobre la mesa era el talabarte, además de la espada y el hacha, Drasil se aventuró a formular la pregunta que llevaba quemándole en la punta de la lengua desde que se había despertado esa mañana.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now