Desesperación

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—Me alegra que estemos hablando cara a cara —sus ojos marrones se encontraban fijos en los míos. Esbozó una ligera sonrisa que pronto desapareció de su rostro. Tragué saliva con dificultad, me esperaba una buena dosis de rapapolvo por lo menos. Supongamos que él hubiera querido hablar sobre el tiempo: me hubiera podido relajar. Pero sus ojos me martilleaban, me lastimaban, me dañaban de tal forma que en alguna ocasión sentí que me costaba respirar—. Nuestra relación no es sana —ya la habíamos cagado. Miguel me miró con el rostro serio. Sentí un hachazo en la espalda que bien podía significar la muerte para mí. Pero él debía continuar, no le interrumpiría para exponer mi dolor—, y lo sabes. Deberíamos separarnos por un tiempo. —«Creo que lo estoy llevando bien», pensé, sin ser realmente consciente de lo que pasaba en mi interior—. Es lo mejor, créeme —. Volví a tragar saliva mientras sentía que mi corazón se partía en mil pedazos. No podía creer que me estuviera dejando después de todo lo que le había dado. Al parecer, no había sido suficiente.

—Pero... ¿Hay algo que pueda hacer para cambiar esto? —ante su gesto negativo no pude más que derramar una lágrima que parecía perderse por el sendero de mi mejilla— ¡NO ME DIGAS ESO! ¡¿QUÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO?! Seguro que nada... —él me miró y, por primera vez en todo ese tiempo, me pareció ver cierta comprensión en sus ojos. «NO LO ESTOY LLEVANDO BIEN EN ABSOLUTO», pensé de nuevo, cambiando por completo el tono de voz en mi mente.

—Me temo que no, Aurora. Y... —tragó saliva, al parecer, le costaba pronunciar aquellas palabras— no, no te mereces que te deje, pero... He conocido a otra chica con la que me siento bastante bien y con la que me llevo estupendamente. Con ella siento todo eso que no soy capaz de sentir por ti...

Mi corazón destruido volvió a partirse en otros mil pedazos, convirtiéndose así en un músculo roto en pedazos infinitos que en ese momento recorrían todo mi cuerpo. El dolor que empecé a sentir no tenía suficientes palabras para poder ser descrito con precisión, ni siquiera con el mínimo porcentaje. Miguel había sido el amor de mi vida, la chispa de luz que iluminaba mis días, y ahora ya no era nada. Ya no éramos nada.

—Al menos... —intenté decir, pero la voz se me quebró al intentar reprimir algunas lágrimas que querían salir. Tragué saliva—. Al menos dime si me has querido alguna vez... ¿Es que solo he sido un juego para ti, un entretenimiento mientras te veías con ella y le dedicabas palabras de amor? ¿Te has divertido haciéndome sufrir con tus gestos falsos de amor hacia mí?

Él negó con la cabeza y pude ver que una lágrima bajaba de la profundidad de sus ojos hacia el valle que formaban sus mejillas. Inesperadamente, me tomó entre sus brazos e intentó abrazarme, pero yo solo me zafaba de él para que ni siquiera me tocara. No sentía que tuviera derecho a ello después de lo que me había confesado. ¿Se podía tener más cara que ésa? Pero por mucho que me zafara, él siempre había sido más fuerte que yo y terminó apretándome contra su pecho con fuerza para que no pudiera escapar de su contacto.

Y no pude más. Las lágrimas salieron atropelladamente de mis ojos para quedar impregnadas en la camiseta que llevaba aquel chico al que ya no reconocía. Aquel llanto solo era una forma de desahogar todo ese tiempo en el que sentí que sí me quería, en el que fui una tonta por creer que podríamos estar juntos hasta que la muerte nos separara. No fui más que una niña tonta presa de los encantos de un chico amable que solo me veía la cara mientras se veía con otra.

—No —dijo finalmente, y levanté mi mirada para poder ver sus ojos marrones sobre mí—. Jamás podría haberte engañado de esa forma. No la conocí hasta hace escasos días, quizá dos o tres semanas, pero no más. Te equivocas si piensas que nunca te quise —«Tú lo has dicho», pensé, creyendo que cualquier cosa a mi alrededor podría salir ardiendo en cualquier momento debido a la rabia que sentía—. Cielo, no te pongas así... Me das miedo... —seguramente lo diría por el temblor de mi cuerpo. No temblaba por nervios, sino debido a la ira que se iba acumulando sin remedio en mi interior.

Relatos nocturnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora