Esclavos de la pasión

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Hacía poco que había empezado a conocer a uno de sus compañeros de la universidad. Desde el principio del curso habían compartido algunas palabras, pero por cuestiones del destino, no habían vuelto a verse hasta esa semana. Habían reído bastante, tanto, que Marta pensó que la profesora se quedaría con su cara, y posteriormente con su nombre, para suspenderla en los exámenes finales.

—¡Para! —le susurró a Gabriel mientras la profesora seguía con la explicación.

Pero él no se detuvo. Siguió molestando a Samuel solo para divertir a la chica, que no podía dejar de reír por lo bajo.

Durante el resto de la clase, intercambiaron miradas cómplices que provocaron unas chispas invisibles que ni siquiera ellos fueron capaces de observar. Estaban demasiado inmersos en aquella productiva clase llena de risas y diversión, pero también de números que apenas se entendían y fórmulas que acabarían aprendiéndose de memoria para el examen.

—Vas a tener que ayudarme con esta asignatura —sugirió él en voz baja, provocando una sonrisa en Marta y un movimiento de cabeza con el que demostró estar de acuerdo.

—Cuando quieras.

Ambos permanecieron unos segundos, que se hicieron eternos, mirándose con una sonrisa dibujada en sus labios. Las gafas de pasta de él no le impidieron poder observar los ojos verdes que tanto le gustaban a Marta. El tiempo parecía haberse detenido para ambos, aunque las manecillas del reloj seguían su curso normal.

La música que anunciaba el fin de la clase sonó y ambos despertaron de su ensoñación perfectamente creada para dos. Con una sonrisa, ella se despidió de su compañero de mesa y se marchó en dirección al cuarto de baño. Para Marta ya era una rutina acudir siempre antes de irse, sobre todo para arreglarse el pelo y ver cómo tenía la cara. Tras unos minutos, salió y se dirigió hacia el ascensor. Llegó pronto y entró, pulsando el botón de la planta baja. Pero justo antes de que las puertas cerraran, alguien hizo acto de presencia en el pequeño cubículo.

—No imaginé que fueras tú —dijo Gabriel para romper el hielo.

—Antes de bajar fui al servicio.

Tras la explicación pertinente, ambos volvieron a mirarse con un fuego inusual en sus ojos. Marta tuvo que alzar la vista, mientras que Gabriel la observaba desde su altura con una sonrisa inmensa. Pero la seriedad apareció en su rostro sin que su atractivo saliera perjudicado. Avanzó hacia su compañera y su brazo rozó el de ella cuando fue a pulsar el botón de parada.

—¿Qué haces? —preguntó ella, sorprendida por la iniciativa de Gabriel.

—Algo que tengo muchas ganas de hacer desde que te volví a ver.

Acarició con suavidad su mejilla de porcelana y sin dejar de mirarla a los ojos aproximó su rostro al de Marta con tanta lentitud que empezó a ponerse nerviosa. Un cosquilleo demasiado agradable inundó todo su cuerpo de un valor inimaginable para ella en esa situación. Acercó su rostro al del chico ejecutando la misma acción que él. Sus alientos chocaron con tanta intensidad que no pudieron evitar sonreír. Ella abrió los labios, deseando recibir los de él para probarlos, pero la distancia entre los dos aún no desapareció.

Hasta que Gabriel agarró de la cintura a Marta y dejó que un simple empujón hacia él terminara de unirlos de una vez.

Primero los labios se rozaron, reconociendo el terreno y degustando la suavidad que ambos compartían. Las manos de Marta subieron por el torso de su amante, aferrándose al cuello de su camisa para que no hubiera tanta separación entre sus cuerpos. La calidez que desprendían provocó un escalofrío en la espina dorsal de la chica, acercándose más a él. Quería sentir el fuego abrasador en su cuerpo, entregarse a ese beso tan espontáneo e inesperado.

Apoyó su espalda sobre la pared. Gabriel enredó sus dedos entre algunos mechones de la chica, mientras con la otra se apoyaba en la misma superficie donde reposaba Marta. Ambos intensificaron el beso, jugando con sus lenguas y pegando sus cuerpos aún más el uno al otro. Deseosos por continuar con la exploración, él acarició los brazos de ella con fervor, con lentitud, intentando disfrutar del momento. No importaba si estaban en el ascensor de la facultad o en otro lugar. Lo necesitaban.

O al menos esa fue la sensación que producían hasta que Marta empujó al chico sin ejercer demasiada presión sobre su pecho. La respiración de la pareja estaba acelerada debido a la pasión que habían puesto en aquel beso.

—No creo... que sea el mejor lugar... ¿no?

Marta sonrió, provocando que él respondiera de la misma forma.



*****

¿Qué os parece? ¿Os gustaría saber más sobre Marta y Gabriel?

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Relatos nocturnosWhere stories live. Discover now