✧siete

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{narrador}

Aquel mensaje sin duda alguna no es el que Diego esperaría, lo puso nervioso y pensativo si era sincero, pero no iba a negarse, después de todo debe ser importante y le debe un favor. Le respondió aquel mensaje preguntándole donde quería que lo viera y Mateo respondió que en el mismo lugar de la noche anterior, lo más rápido que pudiera ir.

Mentiría si dijera que Diego no está nervioso, porque sí, lo estaba y no tenía ni la menor idea de por qué,  tal vez, solo tal vez tenía miedo de que aquél chico necesitara algo y él no supiera como ayudarlo, nunca había sido exactamente la persona que alguien buscara cuando tuviera un problema, y no porque no supiera como podía solucionarlo, era más porque siempre era demasiado inseguro respecto a lo que pensaba o decía, y realmente jamás sabría si lo que pensaba le ayudaría alguien justamente porque nunca lo expresaba.

Después de aquél mensaje de Mateo explicándole donde quería verlo salió de su casa sin siquiera avisarle a sus amigos, en el camino tal vez les escribiría, ellos se habían encerrado en su cuarto después de que llegaron y no es que precisamente los quisiera interrumpir mientras ellos hacían dios sabe que cosas. El camino rumbo aquella glorieta no era muy corto, Diego caminó unas cuantas cuadras y al darse cuenta de que si seguía así probablemente tardaría unos treinta minutos, hizo una seña esperando que cualquier taxi pudiera verlo y así llevarlo a su destino. Gracias a cualquier cosa que escuchó que Diego necesitaba un taxi, en menos de cinco minutos ya estaba montado en uno al que le había dado la dirección de su destino y estaban yendo hacía ese lugar.

Al llega a la glorieta, Diego recordó en donde se encontraba la banca que la noche anterior había sido testigo de su incontrolable tristeza y aunque el mayor no le dijo que exactamente quería verlo en ese lugar, fue su instinto el que lo llevó ahí y como era de esperarse, o al menos para Diego, Mateo se encontraba ahí, en esa misma banca con su cara cubierta por sus rodillas, inconscientemente el mayor levantó la vista dejando ver sus ojos rojos, pareciendo que llevaba mucho tiempo llorando solo en ese lugar. El corazón de Diego se estrujo, nunca le había gustado ver llorar a ninguna persona, e hizo lo que cualquiera abría hecho, le dio un abrazo, un abrazo que para Mateo fue reconfortante.

Ninguno de los dos sabía como es que era posible que se sintieran tan en confianza uno con el otro, apenas se conocían, se habrían visto al menos cuatro veces en la vida y en ninguna de esas cuatro veces habían pasado a una plática que los llevase a conocerse y así poder llamarse al menos amigos, porque no lo eran, al menos no por ahora. 

Pero, ahora ahí estaban, ahí estaba él chico al que le parecía ridículo llorar enfrente de las personas, llorando frente a una, al menos podía decir que Diego no era solo una persona más, no sabía porque, pero él estaba seguro de que no era así. Él era mucho más que eso, era una persona que te transmitía paz y pureza, pero también estaba lleno de cosas que lo atormentaban, sus ojos siempre lo delataban y él quería ayudarlo, él quería ser el que lo ayudase no al revés, pero después de haber discutido con sus padres por haber encontrado aquella página abierta en su computador y tratar de hacerlos entender que no era nada, o que era una equivocación, no supo a quien llamar, realmente no tenía muchas personas en las cuales confiaba, era el típico chico que aparentaba no necesitar nada ni nadie, pero no era así, cuando llegaba a su casa y lo único que lo acompañaba era esas cuatro paredes de su cuarto supo que no era así. Las palabras que su padre le había gritado estaban presentes en su mente y rondaban todo el tiempo ahí, pero no estaba dispuesto a decírselo a nadie, ni siquiera a Diego, porque le avergonzaba, le avergonzaba que alguien supiese lo cabeza dura que era su padre y lo sumisa que era su madre, él siempre intentó hablar con ella, hacerle entender que merecía algo mejor pero que se merecía a ella sobre todas las cosas.

Mateo no dejaba de pensar aún mientras estaba en los brazos del flacucho, pero se sentía más calmado, más en paz, no era mentira lo que anteriormente había pensado, aquél chico de verdad le transmitía paz.

— ¿Qu-quiéres hablar? — 

La voz débil de Diego lo sacó un poco de sus pensamientos, él le había preguntado con un poco de miedo, pues no quería que Mateo se sintiera presionado respecto a lo que pasaba. El mayor se alejó un poco del abrazo y con el dorso de su mano se limpió el resto de lagrimas que salían de sus ojos.

— Realmente no, pero gracias por estar. —

No dejó que Diego contestara cuando él estaba pidiendo de nuevo por abrazarlo y así lo hizo, era extraño admitir que se sentía bien estando así, sus brazos eran cálidos y le transmitían aquello que nadie nunca le transmitió. 

— ¿Te puedo preguntar algo? — Diego rompió el silencio, pero su voz sonó en un susurro, y Mateo solo asintió.

— ¿Por qué yo?, es decir, no me malinterpretes me gusta estar aquí, así, pero, creo que no entiendo.—

— Sí, yo tampoco entiendo, pero si te soy sincero sólo se que me gusta estar así...contigo — 

El silencio volvió a invadir a los únicos dos chicos que se encontraban en la glorieta, era extraño, normalmente aquél lugar siempre se encontraba lleno de gente, era un lugar muy transitado, es como si todo se hubiese puesto de acuerdo para darles privacidad a los chicos, aunque suene ridículo, pues nadie en cualquier otro lado sabe que es exactamente lo que pasa por la vida de las otras personas.

— No puedo volver a mi casa, al menos no hoy, ¿sabes donde hay un hotel cerca? — Diego no respondió — ¿Diego?

— ¿Eh? perdón, ¿un hotel?, no voy a dejar que te quedes en un hotel, ¿por qué no vienes a mi casa y pasas la noche ahí? no creo que ni a Aristóteles ni a Temo les moleste. —

Por una fracción de segundos Diego se arrepintió de haber dicho aquello probablemente se escuchó muy atrevido y se sintió inseguro nuevamente, pero antes de que cualquier otra cosa saliera de  sus labios, Mateo respondió:

— No quiero molestar, Diego, bastante hiciste con venir aquí.—

— No es una molestia altote, mira tómalo como un agradecimiento por lo de ayer.—

Mateo sonrió.

— Pero lo que hiciste ahorita lo compensa, Diego.—

— ¿No puedes sólo aceptar lo que te estoy diciendo? lo harías más fácil.—

— Esta bien, pero después tendré que recompensarlo, ¿de acuerdo? —

Diego asintió, y ambos se levantaron de aquella banca con la intención de conseguir algo que los llevara a la privada. 

Tal vez, esta sería la tercera noche de tantas.




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