La promesa que no puedo cumplir

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No quería abrir los ojos esa mañana, realmente no quería, me rehusaba a hacerlo, ese día no debía llegar aun, era muy pronto, no estaba lista.

Los días habían pasado con una rapidez impresionante, y aunque me había obligado a mí misma a disfrutar de todos y cada uno de los momentos compartidos con Michael, seguía sin parecerme suficiente, no estaba satisfecha y mucho menos lista para irme de su lado aun, sobre todo a como veía la situación. Él no estaba bien y aunque se esforzaba por no preocuparme, sabía que la estaba pasando fatal debido a las falsas acusaciones que caían en su contra. Odiaba verlo así, odiaba que sufriera, él simplemente no lo merecía.

Michael había ofrecido ya cuatro conciertos con llenos totales en el estadio azteca, el cual contaba con capacidad para 120 mil personas. Lo había visto partir cada noche rumbo a aquel lugar para encontrarse con sus fanáticos mexicanos y darles la que sería una noche inolvidable, y me atrevía a asegurar que tal vez la mejor de sus vidas.

Yo había permanecido ahí, encerrada en la habitación hasta que él volvía alrededor de la una de la madrugada, cansado pero muy emocionado, lleno de adrenalina, tanta que se le dificultaba dormir (más de lo que se le dificultaba normalmente) y entonces me quedaba a su lado, platicando de todo y de nada hasta que el sueño lo vencía.

Hoy precisamente todo terminaba; hoy Michael ofrecería el ultimo de cinco conciertos en México… hoy el calendario marcaba aquel famoso 11 de Noviembre de 1993; el día al que yo originalmente había pedido llegar, y el cual marcaría un antes y un después en mi vida, pues esa noche tenía que despedirme de Michael Jackson para siempre, para no volver a verlo jamás. Me horrorizaba saberlo.

Los insistentes rayos del sol se colaron por las ventanas, aprovechando cualquier espacio entre las persianas para llegar directamente hasta nosotros. Abrí los ojos unos cuantos segundos y así fue que me di cuenta de que ya había amanecido y me recibía el despertar de un nuevo día.

¿Cómo podía la noche haber durado tan poco? ¿Cómo es que me había quedado dormida?

Había estado luchando para no dormir, para no dejarme vencer por el sueño, quería y necesitaba contemplar a Michael cuanto más pudiera, pero la naturaleza humana había terminado por ganar.

Me tapé la cara con las sabanas y me escondí ahí, debajo de ellas como si eso me mantuviera a salvo de las pesadillas, tal cual lo hacía cuando era una niña, pero esta vez estaba completamente segura de que ni aquella acción podría salvarme del trágico final; aquel mal sueño iba a tornarse en realidad en unas horas y no había nada que pudiera hacer para impedirlo.

No me importó mucho que Michael siguiera dormido, me le abracé con fuerza y recargué mi cabeza en su pecho. Él no tardó en abrir los ojos y soltar unas risitas.

-       Tu cabello me hace cosquillas – alcanzó a decir mientras reía.

-       Michael –

-       No digas nada – me pidió esta vez con seriedad.

-       Teníamos que hablar de esto en algún momento, los dos lo sabíamos – me enderecé para mirarlo a los ojos.

-       Por favor, no todavía – se enderezó también para sentarse a mi lado.

Suspiré.

No entendía su actitud, simplemente no comprendía por qué no quería que habláramos al respecto. No nos quedaba mucho tiempo más, o mejor dicho, a mí no me quedaba más nada, mi tiempo estaba contado y deseaba hablar con él, deseaba despedirme de una forma decente, sin embargo no pude decir nada más pues lo vi ponerse de pie.

Desde 2014, hasta 1993 #MoonwalKingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora