PRÓLOGO

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Tenía 15 años cuando caminaba junto a nee-san de vuelta a casa, habíamos ido al centro comercial para comprar los artículos que necesitaríamos durante la semana. Recuerdo muy bien que era sábado a medio día, cuando el sol está justo en el centro del cielo y no hay sombras junto a los muros de los edificios.

Pasábamos al lado de un pequeño callejón en el cual vivía un gato junto al basurero, como nee-san no me dejaba llevarlo a casa, solía dejarle algo de comer siempre que pasaba por el callejón, y ese día no fue la excepción.

Nos adentramos al estrecho callejón, saqué de las bolsas de despensa una lata de comida para gato que recién habíamos comprado, la abrí y la dejé en a un costado del basurero, esperando a que el pequeño felino apareciera y poder acariciarlo un poco antes de irnos, sin embargo, en vez de escuchar sus dulces maullidos se escuchó un fuerte quejido seguido de sollozos provenientes de la parte más recóndita del callejón.

Tanto yo como Ozaki nee-san nos asustamos, así que caminé más hacia el fondo para ver lo que era.

- ¡Chuuya, no te acerques! Podría ser algún loco peligroso. - dijo angustiada pero sin moverse de su lugar.

- Podría ser alguien que necesite ayuda. No me acercaré mucho hasta estar seguro. - respondí tratando de sonar lo más confiado posible y no preocuparla más.

Sigilosamente me acerqué al lugar de donde provenían los quejidos, cada vez volviéndose más fuertes hasta que llegué a la esquina de aquél callejón sin salida, quien sea que estuviera emitiendo esos sonidos se encontraba detrás de unos grandes contenedores de metal para basura.

Tragué saliva y me asomé para ver detrás de los contenedores. La escena que vi a continuación jamás la olvidaré: un chico castaño un poco más alto que yo pero posiblemente de mi edad, tirado de costado en el suelo con el torso descubierto y lleno de heridas por doquier, las cuales sangraban, se sostenía el brazo derecho causándole quejidos de dolor.

Me alarmé tanto que corrí hacia él, me quité la sudadera y la puse sobre sus hombros para tratar de incorporarlo.

- ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué te ha ocurrido?! ¡OZAKI! - llamé a nee-san, quien llegó corriendo en un par de segundos y se quedó horrorizada al ver al chico frente a nosotros.

- ¡Cielo santo! ¿Estás bien, chico? - no respondió, sólo seguía quejándose del dolor y llorando probablemente en un estado de inconsciencia, pero aún despierto.

- ¡Llama a una ambulancia! - le indiqué a nee-san que no tardó en hacerlo.

Mientras los paramédicos llegaban, intentamos darle algo de beber al chico pero terminó por desmayarse y no pudimos hacer nada más que permanecer junto a él. En ese tiempo me puse a pensar ¿quién podría haberle hecho algo así a alguien tan joven? ¿Se habría metido en problemas? Sin importar cuál fuera la razón, yo necesitaba ayudarlo.


En el hospital lo estabilizaron, le dieron sedantes y realizaron algunos exámenes, dando como resultado que tenía múltiples fracturas en las costillas, el brazo, la muñeca y un tobillo, tenía una pequeña contusión en la cabeza, además de que estaba lleno de cortaduras profundas en la mayor parte de su cuerpo y uno de sus ojos tenía una pequeña rasgadura.

Prácticamente lo vendaron desde el cuello hasta los tobillos incluyendo el ojo. Me habría reído al imaginarlo tan parecido a una momia, de no ser porque me causaba incertidumbre pensar que ese chico pudo morir desangrado o por infecciones si no lo hubiésemos encontrado.

Al no poder localizar ningún familiar o conocido del chico, nee-san y yo decidimos quedarnos a esperar que lo dieran de alta esa misma noche.

Por la tarde despertó y nos permitieron entrar a verlo ya que su estado había dejado de ser crítico.

ANIKI TO YONDE [Soukoku] Where stories live. Discover now