━ 𝐗𝐋𝐈: Cicatrices

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Drasil clavó la vista en el suelo, apesadumbrada. En el fondo sabía que tenía razón, pero no era tan fácil como su compañero lo pintaba. Tanto ella como Ubbe se encontraban en una encrucijada, en un callejón sin salida. Había mucho en juego y ella... Ella tenía miedo. Miedo de lo que pudiera llegar a ocurrir de tomar la decisión equivocada. No quería tirar por la borda aquello por lo que había estado luchando todos esos años, pero tampoco quería renunciar a sus sentimientos.

—Tu madre jamás aprobaría nuestra relación —acotó ella, tratando de mantenerse impasible. Su voz era serena, pero le habían empezado a temblar las manos. Las presionó contra sus costados para aquietarlas—. Ella es la reina.

Una sombra de dolorosa comprensión pasó fugazmente por los rasgos de Björn. Conocía a Lagertha mejor que nadie y sabía que eso era exactamente lo que pasaría si llegara a enterarse de lo que había surgido entre ellos, de lo que habían estado haciendo a sus espaldas.

—Y tú una mujer libre, Dras. Puedes hacer lo que quieras con quien quieras —remarcó el rubio, consiguiendo que la escudera lo observase de reojo—. Y mi madre deberá aceptarlo, esté de acuerdo o no. Que sea reina no le da derecho a inmiscuirse en la vida de los demás —prosiguió—. Tú eres la única que puede decidir qué hacer con el tiempo que se te ha dado. Solo tú, no lo olvides nunca. —Posó una mano en el hombro de su interlocutora y se lo estrechó con cariño—. Deberías hablar con Ubbe.

Ante sus palabras, Drasil hilvanó una efímera sonrisa. Sus intentos por animarla, por hacerla sentir mejor, habían logrado conmoverla. Aunque desgraciadamente no habían servido para quitarle el miedo y la inseguridad que la carcomían por dentro. Pese a ello, agradeció el gesto.

—Y tú deberías dejar de ser tan cotilla —bromeó.

Björn rio entre dientes.

—Solo quiero lo mejor para ti —indicó, retornando a una expresión neutral. La hija de La Imbatible supo que estaba hablando en serio por cómo la miraba, por la manera en que sus iris celestes la escrutaban—. Ya sabes que te quiero como a una hermana.

La sonrisa de Drasil se ensanchó.

—Lo sé, sí —bisbiseó. Su mirada se empañó a causa de las lágrimas, pero hizo un esfuerzo y logró contenerlas, al igual que el hipido que pugnaba por brotar de su garganta. 

El Ragnarsson nunca había sido muy dado a las muestras de afecto, menos aún a expresar abiertamente sus sentimientos, pero en aquella ocasión había hecho una excepción. No sabía si volverían a verse, ni siquiera tenía garantías de regresar con vida del Mediterráneo, de ahí que hubiese aprovechado aquel íntimo momento para hacerle saber lo importante que era para él.

Björn la envolvió como un escudo protector y Drasil se acurrucó junto a él como cuando era pequeña y alguien la hacía rabiar. Su pecho era amplio y sus brazos cálidos y fuertes. La skjaldmö apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.

—Cuando regreses a Kattegat —comenzó a decir el caudillo vikingo, ocasionando que la aludida alzara el rostro hacia él—. Dile a mi madre, a Torvi y a los niños que no hay un solo día que no piense en ellos. —Drasil asintió, complaciente—. Y dile a Kaia que lo lamento. —Aquel último comentario hizo que la joven arqueara una ceja. Al verlo, Björn sonrió con ternura—. Ella sabrá el motivo.

 Ella sabrá el motivo

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