━ 𝐗𝐋𝐈: Cicatrices

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No. Definitivamente aquel no era el mejor momento para marcharse.

Suspiró con languidez. Si se le hubiera presentado aquella oportunidad hacía poco más de un año, la habría aprovechado sin dudarlo ni un instante. Al fin y al cabo, era lo que siempre había soñado, con lo que más había fantaseado —aparte de con convertirse en una gran skjaldmö— desde que tenía uso de razón. Pero ahora ya no pensaba así. Desde que había resultado herida en el campo de batalla, veía las cosas de forma diferente. Era como si aquel angustiante episodio le hubiese abierto los ojos, como si le hubiera servido para darse cuenta de cuáles eran realmente sus prioridades.

Drasil se arrebujó en la fina capa que cubría sus hombros. Hacía fresco, más que otros días, y eso que estaban en pleno nóttleysa. La bruma de la mañana le rozaba los talones y humedecía sus botas y el bajo de su vestido.

—Aún estás a tiempo de venir con nosotros. —La voz de Björn, potente y atronadora, la sacó de su ensimismamiento.

La hija de La Imbatible viró la cabeza hacia su izquierda, topándose con la imponente figura del caudillo vikingo, que se detuvo a su lado con una resplandeciente sonrisa coloreando sus facciones. Inspiró por la nariz y expulsó el aire por la boca.

—Tal vez en otra ocasión —articuló ella, justo antes de volver la vista al frente.

Björn también se cruzó de brazos, extraviando su mirada en la lejanía. Desde su posición pudo vislumbrar a Halfdan, que conversaba con su hermano Harald. Ambos parecían soliviantados y cariacontecidos, sobre todo el mayor, que estaba más pálido de lo habitual.

—Es una lástima. —El Ragnarsson se atusó la barba, pensativo—. Espero que, al menos, a mi regreso seas oficialmente mi cuñada —manifestó en un improvisado tono jocoso. Miró a Drasil de soslayo, cuyas mejillas habían adquirido un tenue color carmesí. Tuvo que apretar los labios en una fina línea para no carcajear.

La joven masculló algo ininteligible. 

Frunció el ceño, poblando su frente de arrugas, y hundió las uñas en las mangas de su vestido. La imagen de ella y Ubbe convirtiéndose en marido y mujer, intercambiando votos de amor y fidelidad en una ceremonia íntima y familiar, hizo que una sensación indescriptible la recorriera de pies a cabeza. Hincó aún más los dedos en la carne sensible de sus brazos para que la mente se le despejara.

—Sois como críos, ¿lo sabías? —volvió a hablar Björn, chasqueando la lengua. Su amiga lo observó con expectación, a la espera de que le proporcionase más detalles—. Tú y Ubbe. —Se encogió de hombros con naturalidad—. ¿Cuándo vais a admitir que queréis estar juntos? Porque es evidente que estáis hechos el uno para el otro —apostilló.

Drasil parpadeó varias veces seguidas, azorada.

Las mejillas le ardían, al igual que las orejas.

—Por todos los dioses, Björn...

—¿Acaso vas a negar que te gusta mi hermano? —inquirió el susodicho.

La muchacha se mordisqueó el interior del carrillo, consciente de que si lo hacía estaría mintiendo. Saltaba a la vista que se sentía atraída hacia Ubbe, por lo que de nada le iba a servir empeñarse en decir lo contrario, más que para engañarse a sí misma.

—No pienso hablar contigo de mis escarceos amorosos con tu hermano —rebatió Drasil, torciéndole la cara para no tener que mirarlo.

—No has contestado a mi pregunta —insistió Björn.

La castaña dejó escapar un breve resoplido.

—Es complicado —se limitó a decir.

—No, no lo es. Sois vosotros quienes lo hacéis complicado —contradijo el primogénito de Ragnar Lothbrok, para después recostarse sobre la porción del tronco que quedaba libre.

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