36. Grisáceo

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—Pensé que te vería en la recepción del vigésimo piso —dice mi prometida al deslizar su mirada hacia mí, dubitativa.

Wells me mira por un instante. Cuanto más cerca lo tienes, más atractivo se hace. No me provoca nada verlo. Otros arderían de aversión y querrían darle un puñetazo —mi yo de ocho años un palazo—, pero desde mi punto de vista él no es el responsable. Lo único que me genera es incomprensión sobre cómo ha podido echar a perder lo que tenía con la mujer a mi lado.

—Yo... yo también iba a verte ahí, ¿no? —añade Wells, y a pesar de que se dirige a Preswen, cruza una rápida mirada con Brooke.

No sé si están tratando de aparentar que no se conocen. De hacerlo, la posición de sus cuerpos, la distancia de uno del otro y sus expresiones concordarían, pero no sus ojos.

Hay gente que se mira y sabes que existieron un millón de miradas más antes que esa.

Preswen no contesta. Está tan callada y quieta que no parece ella. No estoy seguro de si se está comportando indiferente por estar reprimiendo lo que siente o si el impacto de verlos juntos la dejó en una nebulosa de la que le cuesta salir.

—Este elevador es una tortuga —se queja Bill mientras se abanica con su manuscrito—. También un infierno cargado de tensión. ¿Ustedes cuatro se conocen o qué? Porque percibo que lo hacen. También que habrá patadas en el trasero más tarde, y no seré yo el que las dará. —Levanta las manos en señal de inocencia.

—Cielo, háblame. —Las palabras de Shepard pusieron incómodo a Wells, que extiende la mano para tocar a Preswen.

Sus ojos, siempre alegres, se opacan cuando niega con la cabeza. No quiere que la toque. Trata de retroceder pero la pared espejada se lo impide y la mano del hombre se acerca. Sin pensar alargo mis dedos y encuentro los del gnomo, lo que deja estático al contador.

—¿Qué haces? —susurra Brooke, mirando nuestras manos.

—Te preguntaría lo mismo, pero no armaré una escena. —No dejo que ninguna emoción se filtre a través de mi voz—. A mi oficina.

Jamás he sido tan insensible con ella.

Sus labios se entreabren pero nada sale de ellos cuando el elevador se detiene y tiro de la mano de Preswen para que me siga. Wells echa la cabeza hacia atrás mientras traga con fuerza y cierra los ojos. Mi prometida lo mira en busca de respuestas, o más bien de auxilio antes de correr detrás nuestro. Dice mi nombre una y otra vez, con creciente desesperación.

—Podría escribir otro libro con tan buen material. —Silba Shepard cuando lo dejamos atrás, con el manuscrito de nuevo bajo el brazo.

Preswen

Todo este tiempo hemos trazado el plan perfecto en un elevador, y ahora me entero que el desgraciado tenía una oficina más grande que su ingenuidad con una preciosa vista a Central Park. Haría un comentario al respecto, pero si me cuesta respirar aún más lo hará hablar.

Su agarre sobre mi mano es firme y cálido. Un poco sudoroso también porque está nervioso.

No me importa lo que piensen esos dos, y como quieran volverlo en nuestra contra les daré el premio a los hipócritas del año.

El elevador de Central ParkTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang