Capítulo 5

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Apenas había cuatro manzanas desde casa de Kilian hasta la panadería más conocida de la Ciudad. El panadero se llamaba Acfred, y al igual que su negocio, él era un mago famoso en toda Valdia. No había niño valdiano que no hubiera visto a través del escaparate de la tienda cómo las masas de los pasteles se removían solas; cómo las galletas de jengibre cobraban vida y comenzaban a caminar hasta las vitrinas; o cómo los pasteles flotaban yendo de un lado a otro motas de polvo, suspendidos en el aire. Pero además del espectáculo visual que era la elaboración de todos aquellos manjares, su sabor era incluso superior. La cantidad perfecta de los ingredientes en cada uno de los bizcochos, los tiempos exactos en el horno, las temperaturas ni con un grado de margen de error... Sencillamente, impecable.

En su día, Acfred había sido el comisario del pueblo, aunque, tras perder una pierna (y casi la vida) había decidido dejar atrás aquel oficio y abrir aquella panadería con su mujer, con quien había formado además una numerosa familia. El más mayor de sus cinco hijos era el mejor amigo de Kilian, Milo. A pesar de haber dejado atrás las justicia, algunas veces (solo en casos puntuales) el propio comisario del pueblo le pedía ayuda a Acfred con casos en los que se requería la magia, ya que en Valdia no había muchos más magos que se dedicaran a la seguridad y él dominaba perfectamente su varita.

 A pesar de haber dejado atrás las justicia, algunas veces (solo en casos puntuales) el propio comisario del pueblo le pedía ayuda a Acfred con casos en los que se requería la magia, ya que en Valdia no había muchos más magos que se dedicaran a la...

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Cuando llegó al puerta de la panadería miró a través del escaparate esperando ver todo un espectáculo de ingredientes, masas y pasteles cobrando vida, pero no vio nada de aquello, simplemente a Acfred y a su mujer tras el mostrador, atendiendo a los clientes, como en cualquier otra panadería. Entró sin darle demasiada importancia, pensando que a lo mejor estaban muy ocupados. La hoja de la puerta golpeó una diminuta campanita colgada del techo al entrar, delatando su entrada en escena. Tanto Acfred como su mujer lo miraron con sorpresa y alegría.

— ¡Kilian! — exclamó el hombre con una gran sonrisa —. ¡Qué delgado estás! 

—¿Cómo están señor y señora Bermont?

Acfred acabó de atender a un cliente, cobró el dinero correspondiente y salió de detrás del mostrador cojeando para darle un fuerte abrazo a Kilian, levantándolo incluso del suelo. Era un hombre fuerte y corpulento, aunque con una barriga igualmente voluminosa, rubio, de ojos azules y con un espeso bigote bajo su nariz, grande y redonda. Su pierna derecha era una fina y trabajada pieza de madera de rodilla para abajo, lo que le hacía caminar con una característica cojera. Su familia era de sangre mágica pura, por lo que sus orejas eran extremadamente puntiagudas y alargadas. Pero, a diferencia de todos sus hermanos y la mayoría de sangres pura, no tenía ni una pizca de arrogancia. Era un hombre modesto y humilde y Kilian casi lo consideraba de la familia. 

— ¿Cómo ha ido la travesía? ¿Desde cuándo estás tú por aquí? Milo no me había comentado nada—  dijo el panadero mientras lo devolvía al suelo.

— He llegado hace apenas dos horas, y la verdad es que ha ido muy bien. Mejor de lo que me esperaba, aunque no creo que vuelva a comer pescado en años... —Acfred soltó una gran carcajada—. He venido a por pan... y a ver a Milo.

Las hadas no cuentan cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora