Capítulo 3

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— ¡Kilian!— gritó Aria lanzándose a sus brazos nada más abrir la puerta.

Aria era la hermana de Kilian, aunque solo por parte de padre. CuandoKilian tenía tres años, su padre se casó con una mujer, Ilda, con quien, al pocotiempo, tuvo a Aria. Ilda tampoco era maga, por lo que por las venas de Aria nocorría ni una gota de sangre mágica. Era una chica guapa, aunque aún demasiado pequeña. Tenía el pelo corto, alborotado y pelirrojo como Kilian, herencia de su padre. Tenía los ojos enormes y grises como su madre. Siempre se vestía con la ropa vieja que a Kilian le había quedado pequeña, alegando que era mucho más cómoda que cualquier vestido, lo que, junto con su corte de pelo, lo hacían parecer un niño travieso.

 Siempre se vestía con la ropa vieja que a Kilian le había quedado pequeña, alegando que era mucho más cómoda que cualquier vestido, lo que, junto con su corte de pelo, lo hacían parecer un niño travieso

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Sin separarse de su hermano volvió a gritar:

 — ¡Papá!¡Mamá!¡Es Kilian!

En un par de segundos aparecieron tras su hija Ezra e Ilda. Ambos abrazaron, acariciaron y besaron al recién llegado. Una vez dentro un delicioso olor a pan recién hecho lo impregnaba todo. La boca de Kilian se empezaba a hacer agua. 

Ilda era una mujer de cuarenta años, morena de piel y de cabello castaño. Tenía los ojos de color gris y una belleza increíble; los labios carnosos y ni una sola arruga a pesar de su edad. Su tez era casi tan acendrada como la de su hija, sin embargo, entre sus mechones se podían ver, aunque solo si uno se fijaba mucho, algunas canas mal escondidas y dispersas. Kilian quería a su madrastra, por supuesto, pero no de la manera en la que se quiere a una madre y nunca se habría atrevido a llamarle mamá. Era una mujer delgada, esbelta y muy delicada con sus movimientos. Ezra, por su parte, era un hombre más bien brusco, de gran corpulencia. Era herrero de profesión, por lo que tenía unos brazos musculados, un cuello como el de un toro y unas manos enormes llenas de quemaduras y cayos. Su cabeza estaba cubierta de una ligera mata de pelo rojo, aunque sus cada vez más marcadas entradas indicaban que no duraría demasiado; por lo menos no en aquella abundancia. Tenía los ojos de color verde, tan típicos del este. Aunque con sólo tres años más que su mujer, poseía muchas más marcas de la edad de las esperadas. Además de las arrugas, dos cicatrices marcaban su cara: una que partía su ceja derecha en dos y otra que iba desde la comisura izquierda de su boca hasta la aleta de su nariz. Cada vez que contaba la historia de cómo se las había hecho, la cambiaba por completo. Desde matar a un tiburón en sus tiempos de piratería hasta caerse desde el acantilado más alto de la ciudad. Kilian no sabía cuál de todas las versiones era la verdadera, lo que sí que sabía era que su padre era capaz de todas ellas.

Ambos lo invitaron a sentarse en el sillón y le ofrecieron vino, pan y fruta, que Kilian aceptó con mucho gusto. Toda la familia se sentó a su al rededor, junto a la chimenea (obviamente apagada en aquella época del año), esperando que les contara todo lo que había vivido durante el mes que había pasado fuera de su casa. Aunque en un primer momento no sabía qué contar, una vez hubo empezado a contar un problema con las gaviotas, las anécdotas se fueron llegando a su cabeza, una tras otra.

Las hadas no cuentan cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora