Capítulo III

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Marian volvía a ser una niña, sin preocupaciones sin nada que pudiera turbar esa inocencia infantil de la que gozan todos los niños a los que no les falta nada. Jugaba en su espaciosa habitación junto con Nina, ambas eran capaces de todo con esos muñecos de madera, de salvar el mundo y matar al dragón que tenía aterrorizado al pueblo saltando sobre la cama y que se estrellaba contra el suelo.

-¡Y así es como las dos guerreras del gran Reino de Lunbrigh ganan al temible dragón de las sombras, trayendo la paz!- exclama Nina, quien llevaba al dragón hasta hace unos segundos en una mano y su muñeco en la otra.- ¡Todo gracias a la Reina Marian y su fiel escudera, Nina!

Las dos niñas se rieron al ver al feroz lagarto de madera color rojo que les había costado media tarde derrotar estamparse. Ambas llenas de vida, de sueños.

De pronto se oye un cristal caer y gritos apresurados fuera de la habitación, pasos rápidos de un lado a otro.

Las pequeñas cesan sus carcajadas para escuchar lo que pasa en el exterior.

-¡Qué alguien llame al rey!- Es la madre de Nina quien habla al borde de la histeria- ¡Hay que llevarse a la reina a sus aposentos! ¡Deprisa!

Marian es la primera en levantarse y abrir la puerta. Abrió los ojos como platos al ver a su madre tendida en el suelo, inconsciente siendo recogida con sumo cuidado por los criados. Todo su pelo castaño sobre su rostro, más blanco de lo normal.

-¿Mamá?

-Marian, métete en tu cuarto, no salgas- pide la robusta madre de Nina con cuidado pero no por ello con menos autoridad mientras empuja a la pequeña dentro de la habitación- Hija cuida a la princesa. Qué no salga hasta que os lo diga.

Dicho esto la mujer cierra y Nina se levanta para evitar que su amiga haga alguna tontería. Justo en el momento en que Marian se abalanzaba sobre la puerta se escucha cerrar con llave.

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Nina despertó con un gran dolor de cabeza. El golpe que se había llevado en el cráneo no era importante pero si lo suficiente como para hacerse una pequeña brecha de la cual, la sangre que había emanado, ya estaba seca. Lo primero que hizo fue tocarse la herida y resoplar. Sentía como si le fuese a explotar la cabeza. Miró a su lado, el caballo había desaparecido y dudaba mucho que volvieran a verlo. De pronto se dio cuenta de que el sacó con las armas y las provisiones no estaban.... Marian tampoco.

El súbito recuerdo de la noche, el perseguidor, aquella sombra que las seguía dispuesto a matarlas, cruzó su mente haciendo que su corazón se acelerase. ¿Y si le había pasado algo a Marian? ¡Ella era la que tenía que protegerla! Si algo la ocurriera no podría perdonarse lo nunca.

Con ansiedad gritó su nombre repetidas veces sin éxito hasta que se percató de unas pisadas en el suelo, no muy profundas y recientes. Tenían que ser de ella.

Usando su sentido de la orientación y habilidades aprendidas por su madre, antigua miembro del clan de las amazonas, consiguió seguir el rastro entre la vegetación. La mañana había llegado pero por la espesura del bosque apenas entraba la luz del sol, haciendo dificultoso dar un paso sin darse con una rama, entre la maleza.

Mientras avanzaba le parecía oír voces que la susurraban, palabras inteligibles pero que la hacían estremecer. Ignoró todo eso, tenía que encontrar a Marian. Se quedó atónita cuando al salir de entre la espesura llegó a un claro del bosque; había un lago y, en él, su amiga siendo arrastrada por un espectro. Era una criatura de figura humana y fantasmal, con un rostro monstruoso, sin ojos y una enorme boca llena de dientes

El lado oscuro de la sombraWhere stories live. Discover now