CapÍtulo II

29 9 0
                                    



Al caer la noche, alguien tocó suavemente la puerta de Marian con un leve código. Al oírlo, la joven abrió y se encontró con su amiga envuelta en una capa que apenas y podía reconocerla sosteniendo una vela. Le tendió una capa a ella para que se la pusiera y sin mediar palabra y sin hacer ruido, se dirigieron corriendo a las escaleras. Todo estaba en calma, no se oía nada. Miraron a ambos lados y se colaron en un pequeño túnel a la derecha que se encontraba en uno de los peldaños si se movía la piedra.

Continuaron a gatas, escuchando sus respiraciones nerviosas. ¡Aquello era una locura!

El camino las llevo a una de las salas de recepción del ala Este. A estas horas no había nadie y las jóvenes salieron apresuradas, agazapadas por si acaso alguno de los soldados rondaba por ahí.

Las cuadras no estaban lejos, se podían ver desde el ventanal y con simplemente pasar el pasillo saldrían al exterior y podrían entrar.

De pronto oyeron unas voces que se aproximaban desde fuera de la habitación, parecían ser dos guardias hablando de lo suyo ajenos de que la princesa y su amiga estaban planeando escapar. Iban hacia ellas y no tenían ningún lugar donde no se las pudiera ver. El primer instinto de Nina fue apagar la vela que llevaba en la mano y tirarla lejos, luego miró a su amiga; ambas pensando que hacer.

-Tengo una idea-susurró la rubia cogiendo por la mano a Marian, apresurándose hacía el ventanal. No había mucha distancia desde donde estaban hasta el suelo- Tenemos que saltar antes de que nos descubran.

La noble abrió los ojos como platos, asustada. Iba a replicar pero cuando quiso darse cuenta su amiga se había tirado, arrastrándola con ella justo a tiempo cuando los guardias abrían la puerta. Cayeron sobre unos matorrales que amortiguaron su caída. Sólo unos pocos arañazos adornaban sus pieles; no tenían que lamentar ningún daño mayor.

Salieron de su escondite y, poco a poco, precavidas de los vigías que vigilaban el exterior, llegaron a las cuadras. Nina había llevado ahí todo lo que pudieran necesitar: para ella un arco y una espada ligera, algo de comida por si acaso y un mapa de todos los reinos.

-Estupendo, vayámonos-dijo la princesa, yendo hacia donde descansaba su yegua, un magnifico ejemplar de color negro- Tranquila, Flor- susurró acariciándola cuando el animal, asustado, fue despertado.- Vamos Nina, sube.

Marian ya estaba a lomos de la yegua y Nina no se hizo de rogar, cargando el saco donde lo llevaban todo. Ya estaban listas para salir de ahí, lo que no esperaba en es que uno de los guardias entraran en ese momento descubriendolas.

-¡Eh, esperad! ¡Quietas! ¡¡¿Que estáis haciendo?!!- Las dos jóvenes azuzaron al caballo y salieron raudas, obligando al hombre hacerse a un lado para no ser aplastado por el animal- ¡¡ESPERAD!!

No hicieron caso y prosiguieron a toda velocidad a salir de los dominios del castillo oyendo los cascos de los caballos que iban tras ellas. Sus latidos iban a mil por hora mientras la histeria se apoderaba de ellas. No podían dejarse atrapar. Sería el final.

Se estaban acercando peligrosamente cuando llegaron a la ciudad dormida, esquivando como podían los puestos de los campesinos y las casas para no chocar. Algunos de sus perseguidores no habían tenido la misma suerte, quedándose en el camino al caerse del caballo y es que la noche estaba oscura. Una noche sin luna. Agradecieron internamente que un hubiera ningún transeúnte a esas horas.

Nina, que iba atrás, pudo divisar que les seguían a esas alturas dos rápidos jinetes y, a no ser que hicieran algo, las alcanzarían en breve. Marian, al percatarse, giro a la izquierda bruscamente sin darles tiempo a que pudieran maniobrar. Uno choco contra la pared y el otro tuvo que desviarse para el otro lado, en la paralela. Más adelante los caminos volvían a juntarse y la persecución era ahora una carrera de ver quien llegaba antes.

Marian echo un vistazo al otro jinete, no podía reconocerle. Todo eran sombras indecisas. Los caminos se iban a juntar y las dos muchachas consiguieron unos segundos para tomar la delantera. El soldado atrás suyo, pegado.

Habían salido ya del reino y se encontraban en el camino de las afueras, uno de tierra, despejado y angosto. El hombre no tardaría en darles alcance y Nina decidió sacar del saco algunas de las manzanas que había cogido y tirárselas. Funcionó y el bravo guerrero cayó cuando uno de los frutos le dio de lleno en la nariz, rompiendosela.

-¡Lo hemos conseguido!- gritó eufórica Marian al ver que nadie más las seguía- ¡Somos libres!

No se dieron cuenta hasta después de unos segundos que había otro jinete aproximándose desde el franco derecho, con la espada desenvainada.

-¡Marian!

El hombre no tardó en darlas alcance, dando una estocada que por poco se lleva la cabeza de Nina si no hubiese sido por que Marian salió del camino para meterse en la arboleda. El desconocido se quedo fuera para, milésimas después, continuar su caza tras ellas.

Era complicado esquivar los arboles en la penumbra, aún más en esa oscuridad pero su vida dependía de ello.

Nina volvió la vista atrás y vio que les estaba ganando terreno de nuevo, unos ojos rojos como la sangre, una silueta de hombre a caballo, la espada en mano. Se quedo paralizada mientras se agarraba a su amiga, incapaz de apartar la mirada de ese ser que las seguía.

Sólo unos pocos metros les separaban y el desconocido ascendió de nuevo el arma dispuesto a no fallar esta vez pero, de repente, se paró. El caballo se levantó sobre sus patas traseras asustado y tuvo que agarrarse de las riendas para no caer. Ellas continuaron, dejando la silueta atrás, perdiéndose en la espesura y en sus miedos.

Segundos después la yegua resbaló, alocada, confusa. Marian no pudo controlarla.

-¡Ahhh!

Ambas cayeron al suelo, absorbidas por el bosque. El bosque de las Almas.



















El lado oscuro de la sombraWhere stories live. Discover now