No quise darle demasiada importancia, pues el vecino del tercer piso tenía un loro enjaulado en la terraza y era habitual que se pusiera a cantar en mi hora de la siesta, así que continué mi misión para llevar la ropa a la coladuría que había en la habitación de al lado, mucho más pequeña que el baño.

Dejé mi ropa en la lavadora y volví a mi habitación, dispuesta a ponerme el pijama e ir de una vez por todas a comer. Mi barriga había empezado a rugir y eso nunca había sido una buena señal.

Volví a oír aquel silbido y me di por vencida, girándome sobre mis talones para visualizar tras la puerta corredera de cristal una figura situada en el balcón de enfrente que intentaba llamar mi atención, con uno de sus musculosos y marcados brazos en alto, tan desnudos como su perfecto y esculpido torso.

Casi se me cayó la toalla de la impresión. Madre santísima del amor hermoso.

Sentí un sofocante ardor en mis mejillas a la vez que observaba aquella impresionante figura frente a mí, la cual seguía intentando llamar mi atención, aunque hacía prácticamente diez meses que ya la había conseguido.

Me apresuré en salir a la terraza sujetando con fuerza mi toalla e intentando no distraerme con los extraños ruidos que hacía Lady S al partir una nuez con sus pequeños y afilados dientes.

El vecino, más guapo que nunca, se apoyó en la barandilla negra de su balcón, el cual estaba a algo más de un metro de distancia del mío.

Su cabello estaba mojado y no era tan solo culpa de la llovizna que seguía empapando las calles de París, pues una toalla oscura estaba atada a su cadera, justo por debajo de su ombligo, donde sus abultados abdominales perdían su forma.

Tragué saliva, obligándome a mí misma a subir la mirada hacia su rostro, algo que no fue demasiado complicado, pues, con aquellos ojos intensamente azules y aquellos labios tan rosados y carnosos, tenía suficiente entretenimiento.

—Hola, vecina —saludó, con una grave y firme voz, tan segura como tan solo la suya podía serlo.

Casi me fundí en el acto, pese a que mi piel empezara a estremecerse por culpa del frío ambiente.

—Hola —respondí yo, inevitablemente bajando la mirada para fijarme en sus manos, de dedos largos y de apariencia fuerte, como todo en aquel cuerpo idílico, que sostenían un sobre completamente negro a excepción de aquella palabra impresa en color blanco justo en el centro del papel, la cual mi vecino ocultaba con dos de sus dedos.

Volví a mirarle a la cara, tan solo para descubrir una radiante sonrisa que provocó que el frío que sentía repentinamente se transformara en un calor sofocante. Malditas hormonas.

—Creo que esto es tuyo —dijo, tendiéndome aquel sobre, incorporándose lentamente, descubriendo de nuevo aquel abdomen marcado como el mejor chocolate en tableta del universo—. Marie Agathe, ¿verdad?

Tragué saliva de nuevo para evitar babear frente a él, pues mi nombre completo nunca había sonado tan bien en unos labios ajenos.

Estiré el brazo todo lo que pude para lograr alcanzar la carta y, cuando mis dedos consiguieron sujetarla, el vecino la soltó.

—Sí, pero prefiero que me llamen Agathe —murmuré, atragantándome con mis propias palabras.

Él volvió a sonreír. Maldita sea.

—Yo soy Louis Sébastien —se presentó, alargando la mano de nuevo, aunque pocos segundos después se rectificó:—. Llámame Bastien.

Sonreí, tímida, sin cogerle de la mano, pues con una sujetaba la carta y, con la otra, mi toalla.

—Gracias por la carta —murmuré, intentando sonreír, aunque no debía parecer muy creíble.

—De nada, Aggie —respondió con cierta picardía.

¿Aggie? ¿Qué clase de nombre de perro era ese?

—Agathe —le corregí, intentando no parecer demasiado seca.

Él le dio un pequeño golpe a la barandilla y, con su sonrisa infinita, se dio la vuelta, mostrándome aquella enorme espalda de dios. Casi me caí por la barandilla hacia el callejón oscuro y sucio que había debajo.

—Nos vemos, Aggie —se despidió, cerrando la puerta de su terraza, dejándome sola con mi ardilla, mi toalla y mi carta, en cuya inscripción en blanco claramente decía Laboureche.

* * *

Annyeonghaseyo!

Esto pasaba en el capítulo anterior en la otra versión pero por alguna razón ahora lo veo mejor xd (porque lo he escrito like a diva duh)

He mentido un poco porque Agathe ha dicho que la mejor sensación del día es quitarse el sujetador pero no lo es para mí, porque duermo, como  y vivo (lo único que hago desde junio) con sujetador xd Ella contando sus intimidades, pero mira, la señora del otro día que estaba poniendo el ticket de la O.R.A. delante mío se me puso a decir que tenía un herpes y que le picaban sus partes y yo allí de pie pensando en lo que se ha convertido el mundo. SEÑORA, POR FAVOR.

Mensaje a mi yo de 16 años: obsesionada con los abdominales te veo. Como los tuyos, que es solo uno y redondo. HAZ GIMNASIA EN EL COLEGIO Y NO TE SIENTES A DECIR QUE TE DUELE UNA PIERNA. Fin.

Annyeong!

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now