Capítulo III

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Carla se cansó de hablar del tema puesto que le estuvieron preguntando por el famoso y muy llamativo ramo de flores que había llegado aquella mañana a su escritorio. Muy discretamente, se encargó de tirarlas para que nadie en esa oficina llena de chusmas supiera que había (nuevamente) fracasado en una relación. Bah, nunca había tenido una relación como tal, así que simplemente fracasó en el intento, como solía pasar siempre.

Sin embargo ella deseaba gritar, patalear, gritarle al aire que esto no era justo y que no se lo merecía y no dejaba de preguntarse qué era lo que estaba haciendo mal. "No es justo" se repitió mil veces en su mente mientras cerraba su laptop, la metía en su mochila y tomaba el colectivo para volver a casa después de un largo día de trabajo.

Llegó al departamento sin pena ni gloria, pero muerta de hambre, así que llamó al delivery. Se había ganado una buena comida lastimera para un fracaso más. "Las penas con pan son menos" decía Nacha en "Como agua para chocolate" y Carla pensaba igual que aquel entrañable personaje. Esa noche recordó a Gastón L, el pozo sin fondo. Se rió con un poco de vergüenza de las tonterías que hizo intentando que él le hiciera caso, pensaba que menos mal no había tenido nada con él. Ese pensamiento le despertó una reflexión un poco más profunda: ¿y si ella siempre estuvo eligiendo mal a los tipos? ¿Acaso se le pegó una manía de sentirse atraída por malos tipos?

Ella siempre tuvo la suficiente autoestima como para mirar a otro lado cuando se daba cuenta de que estaba siendo maltratada, aún en los tiempos donde su amor propio estuvieron más cascoteados. Esa noche escribió sobre aquel fallido amor que había quedado enterrado en sus recuerdos y volvió a reírse pensando en la ridiculez del asunto. Pensó en él y en qué estaría haciendo y, por curiosidad, entró a las redes sociales ya que nunca lo había vuelto a ver en internet. No tuvo suerte, porque sus cuentas estaban inactivas hacía varios años, eso o había creado nuevas y Carla fue incapaz de encontrarlas.

El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos y se puso de pie para recibir el pedido de comida. Estaba hambrienta. En el camino, recogió su abundante cabellera, lo torció hasta darle forma redonda y lo ató con una gomita que estaba en su muñeca. Abrió la puerta y quedó anonadada porque no era el repartidor con su cena, sino Leo, de pie, con una valija en una mano y otro ramo de flores en la otra.

Enamorarse: a veces sale malWhere stories live. Discover now