Capítulo I

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En lo que era cuestión de negación, Carla era la mejor y la primera en negar las situaciones que le sucedían. Sin embargo, había llegado un punto donde no podía hacer otra cosa que toparse con el duro muro de la realidad que la golpeó y le dijo: "estás haciendo algo mal".

Aquella noche la taza de café se convirtió en una copa de vino blanco y le siguieron unas dos o tres más hasta que Carla se anudó el largo cabello pelirrojo en un moño, se sacó los restos del maquillaje con agua y jabón y sin quitarse siquiera los pantalones y su camisa, cayó rendida sobre su cama. Había recordado demasiado para apenas ser las cuatro de la madrugada y esperó que mañana no fuera peor. "Esto no tenía que ser así", se dijo una vez más antes de cerrar los ojos y quedarse profundamente dormida.

El despertador, con la canción de Twist de Korn (el único tema que lograba sacarla de la cama sin importar nada) la sacó de su sueño de sopor y con cierto mareo, la joven alcanzó su teléfono y apagó la alarma. Eran las siete y media. Miró al techo unos segundos y luego se levantó. Pudo escuchar los sonidos rutinarios de la gran ciudad: el camión de basura, los bocinazos de los taxis y el transporte público, incluso podía identificar los tacos de las señoras mayores sobre el piso de cemento. Abrió las persianas del living y prendió la televisión para poner un sonido más ameno. Mientras colocaba dos trozos de pan en la tostadora y ponía la taza con leche dentro del microondas, volvió a tomar su teléfono y revisó sus mensajes.

"Dejame que te explique", leía una notificación en sus mensajes no leídos.

Carla suspiró pesadamente y dejó el teléfono a un lado, dispuesta a desayunar. Intentaba no pensar, pero en el fondo sabía que eso era imposible. Ella siempre estaba pensando. Pasó entre los canales, esperando encontrar algo entretenido y miró un par de escenas de "Si tuviera 30" antes de apagar el aparato, darse una ducha rápida, maquillarse y salir volando al trabajo.

Ya en la calle, se puso sus audífonos y escuchó música. Eso y caminar lograron ponerla de buen humor. El buen clima y el sol que ya estaba en el cielo lograron animarla un poco, después del desastre de anoche.

Unas horas antes.

Carla miró el reloj de su celular una vez más e intentó no ponerse nerviosa. Apenas faltaban diez minutos para las seis de la tarde, horario en el que se encontraría con Leo, aquel viejo romance de su adolescencia con el que estaba nuevamente saliendo de forma casual y, secretamente, ya estaba ilusionada con lo que traería el futuro.

Entonces sintió unos golpes en su hombro derecho para encontrarse con él. Alto, iluminado por los rayos del atardecer porteño en plena entrada del Puente de la Mujer. Con una brillante sonrisa, la tomó de la cintura y la guió a un café frente al río, donde podían verse el atardecer, las embarcaciones y los turistas tomando fotografías y mate. Hasta ahí, estaba todo perfecto.

Los problemas comenzaron cuando se encontraron con ella. Una morocha, de ojos verdes y un lunar a lo Marilyn Monroe, que a Carla le pareció familiar, pero la cara de su cita le prendió el foco de la terrible verdad: era su novia. La actual, con la que estaba saliendo hace tres años y Leo nunca lo mencionó.

Asco, náuseas y mareo fueron lo que ella sintió antes de levantarse, colocar unos billetes sobre la mesita y dejando el café triple expresso a medio tomar y a Leo con la palabra en la boca. Mientras paraba un taxi con desesperación, se sintió horrible. Ella le había escrito, ella fue la primera en besarlo pero nunca, nunca, se le ocurrió preguntarle con sutileza por su estado sentimental. Sacudió la cabeza y se metió con velocidad al primer transporte que le abrió la puerta. Con el paso de las cuadras, se tranquilizó y allí fue cuando se dio cuenta de algo curioso: ¿cuándo comenzó a acostumbrarse que cosas así sucedieran todo el tiempo? 

Enamorarse: a veces sale malWhere stories live. Discover now