6. El hombre que grita

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Habían alquilado un departamento en un edificio del pueblo Rowell, era un lugar muy moderno, edificios de cinco pisos por todas partes, el gobernador vivía en una torre. Eran las 2:15 PM. Howard y Roger se quedaron quietos escuchando la conversación de Jack y Morgan sobre sí era bueno llevar a los chicos, al final decidieron que sí debían ir, ya que Frederick podría aparecer en cualquier momento y en cualquier lugar. Dejaron los maletines sobre las camas para luego salir del edificio y dirigirse al hogar de la bruja.

— La última vez que la vi, fue en una misión ya hace un año, quiero pensar que sigue viviendo en aquel bosque —comentó Morgan.
— No te preocupes, dijiste que recuerdas su nombre ¿No es así? —dijo Jack.
— Sí, Chloe, se llamaba Chloe —recordó Morgan.

A lado del pueblo Rowell había un bosque, se extendía kilómetros hacia el norte, caminaban por una colina, y desde ahí se podían ver las nubes que, con sus lentos movimientos, formaban una circunferencia, como un perro que persigue su cola. Habían aves extrañas, eran grandes, con picos y alas grandes, y con garras de león, o al menos eso les pareció ver. Unos venados saltaron unos arbustos y corrieron por el lado derecho de la colina, los chicos los dejaron atrás, pero Roger se volvió para verlos, ya no estaban. Les pareció escuchar un rugido, las ramas de los árboles se descontrolaron, al igual que las ramas, y las aves de antes emprendieron el vuelo rápidamente como si supieran que algo aparecería de entre la oscuridad del bosque y los mataría.
Morgan y Jack apartaban las ramas con sus antebrazos, estaba muy oscuro, la luz se filtraba entre las hojas, y era lo único que iluminaba en el bosque. Roger tenía miedo, había perdido a su hermano en un lugar parecido, así que relacionaba todo tipo de desgracias con el bosque, y con los desconocidos que tienen mucha confianza con las personas. Algo con vida se zigzagueó en la hierba, nadie lo vio, pero lo sintieron recorrer sus pies. Howard comenzó a sudar y su herida comenzó a arderle, mostró una expresión de dolor, siguió caminando.

— Tranquilo, Howard, estoy seguro de que no falta mucho —trató de tranquilizar Morgan a Howard después de verlo sufrir al caminar.
— ¿Qué es eso? —Jack señalaba con su dedo índice algo que parecía ser una sombra.
— Se está moviendo.

Jack tenía razón, la sombra se movía, parecía llevar un cono sobre la cabeza, era extraño, no era más alto que Roger, se materializó, era un duende, su arrugado rostro tenía dibujada una sonrisa de oreja a oreja, desnudaba los dientes espantosamente, uno de ellos era de oro, su atuendo era antiguo, llevaba un cinturón de cuero con una hebilla del tamaño de la mano de un adulto.

— Aléjense, chicos, es un duende, si es como los demás no dudará en jugar con sus mentes para divertirse —dijo Morgan.
— Muy bien, quédense atrás —Jack se volvió para ver a los chicos.

El duende caminaba como si estuviera tambaleándose, extendió los brazos, parecía querer abrazar a Howard, este retrocedió unos tres pasos.

— Hijo, perdón, abrázame, por favor, tu padre y yo lo sentimos, no querías que terminarás así —dijo el duende imitando la voz de una mujer, lo hacía a la perfección.
— ¿Madre? —preguntó Howard.
— Sí, soy yo, tu madre, tienes que perdonarnos.
— No, ustedes están…
— Lo sé, hijo, pero ya ves que en verdad quiero que me perdones.
— Ni lo sueñes.

Howard pateó al duende, este cayó boca arriba, volvió a convertirse en una sombra, luego desapareció. Roger estaba confundido, Morgan y Jack miraron impresionados, los tres sintieron ganas de querer conocer más de Howard, pero sería mejor que él se atreviera a contarlo, porque ninguno de ellos le preguntaría. Seguían caminando, hasta que encontraron una casa de dos pisos, estaba en las mismas condiciones que hace un año, cuando Morgan fue capturado por Chloe, la bruja. La casa tenía el tejado lleno de ramas y hojas, parecía que había un gran jardín ahí arriba, habían unos escalones que llevaban a la puerta de entrada, a lado de esta había una gran ventaja, por esta no se alcanzaba a ver nada. Un rostro se asomó por la puerta, su cabello oscuro caía revoltosamente sobre la parte izquierda de su frente, casi cubriendo su ojo, abrió la puerta de golpe, como si supiera que llegaríamos hoy de todas formas.

— ¿Morgan? ¿Qué te trae por aquí? ¿No me digas que volvió? —preguntó Chloe, la bruja, llevaba una túnica morada, su cabello era largo.
— No, no es eso, queremos saber si aún conservas el libro de las piedras mágicas —dijo Morgan.
— Pero por supuesto, las sigo buscando desde el momento en que las perdí.
— ¿Podemos pasar?
— Claro, pero les costará la cabeza de ese chico —la bruja señaló a Roger, el chico se paralizó.
— ¿Qué? —se sorprendió Morgan.
— Es broma, pasen.

Los cuatro pasaron a la sala de estar, la bruja cerró la puerta y caminó hasta una biblioteca que se hallaba al atravesar la sala. Los chicos tomaron asiento en unos sofás, la bruja, desde la entrada a la biblioteca dijo en voz alta para que la escucharan:

— Ya encontré el libro. Debo admitir que me sorprende que me visiten.
— Créeme, bruja, si no estuviésemos preocupados, no estaríamos aquí —aclaró Morgan mientras limpiaba su sombrero.
— Tengo nombre y es Chloe, no bruja.
— ¿Puedo ver el libro?
Chloe hizo un gesto con la cabeza, caminó hasta la sala de estar y se inclinó para darle el libro, Morgan recorrió la pasta dura del libro con su dedo, y al retirarlo no pudo evitar estornudar por el polvo. Howard se sentía incómodo, Jack veía a Morgan con atención, ¿O era al libro?
La bruja tomó asiento junto a Howard, este no quería verla, pero su cabeza se volvió hacia ella independientemente, los ojos de Howard brillaron.

— No puedo creer que hayas hecho eso, chico —se sorprendió Chloe, la bruja.
— No sé a qué te refieres.
— Sí lo sabes, lo sabes muy bien.
— Cállate.

Morgan seguía revisando el libro por fuera, Jack y Roger miraron a Howard confundidos, ¿Qué pudo haber hecho Howard? Se preguntaron, su curiosidad, si fuese algún liquido y estuviera en un recipiente, seguramente estaría desbordándose. Roger respiró, hizo un sonido raro, luego preguntó;

— Howard, ¿Seguro que no quieres hablar de eso?
— No, por favor, olvídenlo —se negó Howard.
— Todos te contamos nuestros problemas.
— Lo lamento.
— Cómo quieras.

Roger miró a Morgan, estaba leyendo y parecía haber encontrado algo, algo sobre las piedras. Morgan mostró la página del libro, en las dos páginas se veían trece piedras de diferentes colores, señaló la piedra roja.

— Aquí está, aquí la describen como una de las más peligrosas entre estas piedras —Morgan había volteado el libro para leerlos la descripción de la piedra roja —, absorbe las almas de las personas, son necesarias doscientas almas para invocar a un ser muy poderoso, y este solo podrá ser controlado por quien robaba las almas, dice que puede conceder un deseo.
— ¿No dice nada más? —quiso saber Jack.
— Sí se destruye la piedra, las almas absorbidas desaparecerán para siempre, pero la bestia ya no podrá ser invocada hasta después de cien años, cuando la piedra vuelva a aparecer.
— Esa es la única forma… —dijo Jack.

Morgan le regresó el libro a Chloe, luego lo dejó sobre una mesa redonda al lado del sofá en el que se sentaba con Howard. Chloe les contó que unas paredes de fuego aparecieron por todo el reino, hubieron niños que se perdieron, otros regresaron, pero sin vida, en el hocico de animales extraños, esto era lo que ocurrió con las diferentes dimensiones, las bestias las atraviesan sin pensarlo.
Se escuchó que alguien golpeaba la puerta de entrada, pedía ayuda. Jack corrió hacia la puerta y la abrió, Morgan se levantó del sofá, al igual que Howard y Roger. Al abrir la puerta, el hombre que gritaba cayó al suelo, no tenía un ojo, le faltaba un dedo de la mano y parte del hombro, se aferró a las piernas de Jack.

— ¡Ayuda! ¡Hay algo en el bosque! ¡Algo tenebroso! ¡Algo sin ojos!

El hombre se levantó como pudo y corrió hasta refugiarse en una esquina de la sala, junto al hombre había una ventana, no se veía más que la oscuridad a través de esta. Jack se asomó por la entrada, solo vio árboles, un poco de niebla, nada más. Eran las 6:57 PM, había oscurecido mucho, la niebla cubría la hierba, y parte de los árboles. Roger se acercó a Morgan y Howard se quedó quieto, por un momento no se escuchó nada.

— Ayuda… —suplicó el hombre —, por favor, ayuda.
La ventana se convirtió en trozos de vidrio, estos cortaron la piel del hombre, quien se volvió para ver lo que había destruido la ventana, era el monstruo de quien escapaba, un pico de ave apareció y arrancó la cabeza del hombre, para luego volver a la oscuridad, el cuerpo decapitado del hombre se quedó de pie por unos diez segundos, luego cayó tendido al suelo.

— ¡Ahhhhh! —gritó Roger.
— ¿Qué fue eso? —preguntó Morgan alarmado.
— Maldita sea —exclamó Jack.

Por unos segundos se escuchó algo caminar por el tejado, luego un aleteo. El viento empezó a correr con mucha fuerza. Empezó a llover.






La pared de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora