2. El mago y la piedra roja

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— ¡Eh, Roger! —gritó Donald, el hermano de la persona que llamaba.
— ¡¿Qué ocurre?! —Roger le regresó el grito, estaba descansando en el sofá de la sala de estar.
— ¡Corre, tienes que ver esto!
— ¡Bien!

Roger se incorporó con dificultad por culpa del dolor de espalda. Donald era menor que su hermano, era cinco años menor. Atravesó un pasadizo que lleva al patio trasero, un pequeño jardín, y después del jardín hay una carretera, y luego, más adelante, un bosque de frondosos árboles. Era de noche, eran las 8:17 PM, ya todo estaba oscuro y la luna no se podía ver por dos nubes que la cubrían. Y al final del jardín estaba Donald, con el brazo levantado y señalando algo en el bosque.

— Vi a una persona, estaba llevando algo en la mano que brillaba mucho.
— Lo siento, Donald, pero sabes que a ese bosque está prohibido, el paso, así que lo único que podría ser, pues, es un policía con su linterna.
— No, lo que llevaba en su mano no era una linterna, era como fuego, era extraño.
— Ah, bien, ve a dormir.

Y ante los ojos de Roger, una luz brillante apareció en el bosque, despareció de la nada. Roger se sorprendió, y sus ojos le prestaron atención inconscientemente a Donald, quien miraba maravillado, sonreía mucho.

— ¿Qué fue eso? —preguntó Roger, y sabía muy bien que no recibiría una respuesta que tenga sentido por parte de su hermano.
— ¡Hay que ir! —gritó Donald alejándose del jardín y de Roger.
— ¡Espera!

Donald atravesó la carretera sin dificultad, pero cuando Roger lo intentó, casi fue arrollado por un camión, el conductor le gritó molesto: «¡Ten más cuidado!». Donald ya había entrado al bosque, Roger pensó que su hermano nunca había corrido tan rápido. Logró alcanzarle y entre jadeos comenzó a regañarle.
— ¡¿Por qué lo hiciste?!
— No pasó nada, no he muerto.
— ¡¿Y esperas hacerlo?!
— No, pero sí quería ver ese brillo otra vez.

Y vaya que lo deseaba. El brillo apareció nuevamente, pero con menor intensidad. Donald se acercó, Roger le siguió, encontraron a un hombre en cuclillas, iba vestido de negro y llevaba una bufanda de color guinda, y como decía Donald, el hombre tenía algo que brillaba en su mano izquierda. Se incorporó con la mano a la altura de su hombro, no dejaba de ver a Donald.

— ¿Cuál es tu nombre, niño? —preguntó el hombre.
— No te importa —respondió Roger por Donald.
— Oh, vamos, niño, di tu nombre —el hombre no dejaba de ver a Donald.
— Donald, me llamo Donald —dijo al fin el niño de seis años.
— Me agrada tu nombre.
— ¿Quién eres? —preguntó Roger.
— Soy Frederick Krawzack, soy un mago.
— ¿Estás bromeando?
— No.

Frederick creo una esfera de fuego sobre la palma de su mano, luego se convirtió en piedra, el mago la lanzó hacia un arbusto. Roger colocó su mano en el hombro de Donald, lo apretó muy fuerte. Frederick se quedó quieto, sin dejar de observar a Donald, parecía una estatua.

— Ya nos vamos —aclaró Roger.
— Pero quiero ver otro truco de magia —pidió Donald.
— Cállate, Donald, nos vamos.
— Pero deja al niño ver uno más —despertó el mago, parecía que le asustaba la idea de dejar de ver al niño.

Frederick retiró del bolsillo de su pantalón una piedra roja, era preciosa. Le mostró la piedra, el niño se decepcionó un poco, esperaba algo que pareciera más mágico, como la esfera de fuego. El mago le hizo una señal con la cabeza para que Donald tocara la piedra.

— Sé que no parece mágico, pero lo es, tendrás que tocarla para confirmarlo por ti mismo —explicó Frederick.
— Bueno, tú también deberías tocarla, Roger.
— Yo no voy a tocar eso, Donald.

Donald se acercó al mago con aire inocente, al fin tocó la piedra, sintió algo de calor, Frederick sonreía tenebrosa mente, Roger veía a su hermano feliz, esperaba a que algo ocurra, pero nada.

— ¿Cuánto tengo que esperar? —preguntó Donald.
— Ahora.

La mano de Donald comenzó a tornarse de un color blanco, pero muy blanco, parecía papel, una sensación de miedo se apoderó de Roger. Donald intentó separarse, pero no pudo, le quemaba la palma de la mano, el mago sonrió más.

— ¡Quema! ¡No puedo soltarlo! ¡Ayúdame, mago! ¡Por favor!
— Tranquilo, toda sensación desaparecerá para ti, todo sentimiento, todo.
— ¡Donald! ¡Suéltalo! —gritó Roger acercándose.
— ¡No puedo!

Frederick levantó con el otro brazo a Roger y lo lanzó muy lejos en el bosque, se perdió en la oscuridad. ¡Ayúdame, hermano! ¡Quema! ¡Pierdo mi mano! Todo el cuerpo de Donald perdió su color natural, parecía un maniquí. Frederick levantó la mano, y la movió de derecha a izquierda en señal de despedida, Donald desapareció, de la misma forma que lo hizo la luz brillante que vieron hace rato, podría tratarse de una persona también, de un niño perdido que encontró al mago, ¿Quién sabe cuántas personas sufrieron lo mismo? Frederick guardó la piedra en su bolsillo y retiró un libro de su bufanda, leyó algo y luego apareció la pared de fuego, el mago la atravesó y desapareció, al igual que la pared.

Minutos después llegó Roger, desesperado buscaba a Donald por los arbustos, solo encontró la piedra que había lanzado Frederick antes, la guardó en su bolsillo, por alguna razón sintió la necesidad de hacerlo. Sabía que si le contaba lo ocurrido a los policías, le iban a tomar por loco, así que solo debería decir que se lo llevó un hombre, pero no, en verdad ocurre algo con ese tipo, es un mago, no de los que hacen eventos y sorprenden a las personas, este es peligroso. Roger caminaba perdido por el bosque, no había pasado mucho tiempo desde que salieron de casa, el chico tropezó con un tronco, se lastimó los codos por caer sobre ellos, al frente de él había un hoyo en la tierra, decidió refugiarse ahí, y al entrar vio la pared de fuego, era una cueva estrecha, habían estalagmitas pequeñas, pero lo importante era la pared de fuego, se veía extraña, como lo que había ocurrido hoy con su hermano, al instante relacionó la pared con el mago, sobre todo los gritos de su hermano, ¡Quema!, Con el fuego, atravesó la pared decidido a encontrar a su hermano.

La pared de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora