Cap. 2

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No tenía sentido engañarse a sí mismo pensando que realmente estaba escuchando Aida de Verdi. Tenía que asumir el hecho de que, haberse topado con Kim Jaejoong, había arruinado cualquier esperanza de poder relajarse un par de horas antes de ponerse con el papeleo.

Así que, tiró la idea por tierra, se puso en pie, abandonando su sillón de cuero, y apagó el equipo de música.

Incómodo con la situación, caminó hasta un enorme ventanal que había en la suite. Miró las luces de la ciudad a través de la niebla y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones que se había puesto tras ducharse.

Se sentía inquieto. Había algo en su mente pero no sabía lo que era. Frunció el ceño con fuerza y entonces se dio cuenta.

¡Conciencia culpable!

Lo cual ya era bastante, teniendo en cuenta que Kim Jaejoong no tenía ni la más mínima conciencia. Pero, saber por fin lo que lo atormentaba, le hizo sentir mucho mejor y volvió a recuperar el control sobre su mente.

Se había sentido demasiado furioso por el modo en que él se había puesto con el tema del carrito como para afrontar la situación con calma. Y, pensándolo con frialdad, la actitud de Jaejoong durante todo el tiempo había sido de confrontación cuando, según su opinión y teniendo en cuenta su pasado como ladrón, debería haberse comportado al menos de manera humilde.

Pero, por otra parte, era evidente que se había sentido muy disgustado ante la pérdida de aquel horrible cochecito. Valor sentimental, como él le había dicho. Si él lo hubiera sabido, jamás habría hecho semejante cosa. Había imaginado que estaría encantado de deshacerse de él y de utilizar su dinero para comprarse algo más a tono con los tiempos modernos.

Obviamente, había sido un error. Y un error aún peor era el haber tirado los billetes a sus pies de ese modo tan arrogante. Pero él le había hecho perder los nervios, olvidar su código de comportamiento. Ése que había seguido con exactitud desde su nacimiento.

Eso ya no podía remediarse, pero el otro error sí podía. Miró impacientemente su Rolex y vio que eran las cinco y media pasadas. Podía ser que la tienda de caridad estuviese abierta hasta las seis. Valía la pena intentarlo.

Limpiaría su conciencia y Jaejoong habría salido de su mente una vez más. Sin problema. Al igual que después de aquella horrible noche hacía más de un año, cuando él lo había colocado en lo más profundo de su mente, calificándolo como una experiencia amarga, y había decidido pasar página.

En segundos, ya se había puesto una chaqueta de cuero negra, había tomado las llaves del coche y había dejado el apartamento. El ascensor lo condujo hasta el aparcamiento.

Llegó a su destino justo cuando una mujer con cara de amargada estaba a punto de cerrar la tienda. Su encanto natural le proporcionó la entrada a la tienda e hizo que los rasgos de la mujer se suavizaran ligeramente. Y otro cheque destinado a la beneficencia le proporcionó la certeza de que el cochecito del bebé sería entregado en la dirección indicada a primera hora de la mañana siguiente.

De vuelta en el coche, mientras esperaba la ocasión de poder arrancar entre tanto tráfico, Yunho recayó en el hecho de que algo seguía atormentándolo.

¡Todavía!

¿Pero qué era? ¿Algo a lo que no quería enfrentarse?

Arqueó las cejas exasperado. Ya no le debía nada más a ese docel. Lo había recogido de la carretera, lo había llevado en coche a él y a su hijo y le había conseguido el cochecito de vuelta.

De hecho, su futura esposa, Jun JiHyun, consideraría todo el esfuerzo que había puesto en Kim Jaejoong como una completa pérdida de tiempo totalmente innecesaria. El tipo con el que se había mudado Jaejoong podría ocuparse de él. Su conciencia estaba limpia. Recuperaría su cochecito y eso debería ser el final de todo.

Del odio al matrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora