Las calles están iluminadas por las grandes lámparas que hay en cada esquina y por los restaurantes y edificios que aún están en servicio.

Llego a un pequeño parque que está a dos cuadras, me siento en una de las bancas y suelto un suspiro.

—¿Por qué tuvieron que morirse? ¿Por qué precisamente ustedes? —siento un enojo apoderarse de mí.

Me siento frustrado y enojado por todo esto. Tenía demasiado tiempo que no me sentía así —miserable y terriblemente triste—. A pesar de que ya han pasado muchos años desde que murieron, aún no logro llenar el vacío de su ausencia. Es cierto que tengo el dinero suficiente para despilfarrar y malgastar, tengo a chicas comiendo de la palma de mi mano, tengo un físico lo bastante atractivo para tener a la chica que quiera, pero hay algo que falta en mi vida. Hay algo que aún no está completo, son ustedes los que me hacen falta, su amor y cariño.

El sueño en el que soy espectador de mi yo pequeño y ustedes, es realmente horrible, se siente tan real que duele mucho al despertar.

—¿Estás bien? —una voz cálida me hace levantar la vista.

Esos ojos azules penetrantes me observan con profundidad. Ahora mismo no tengo la intención de ser un patán, mi ánimo no se presta para eso.

—Ah, yo... Eh —titubeo por un segundo, pero me aclaro la voz—. Sí, estoy bien.

—Hace frío —la miro y frunzo el ceño. No sé si quiere sacar tema de conversación o simplemente quiere molestar.

Enarca una ceja y de repente me percato de que salí sin nada con que abrigarme. Invierno se acerca y ya hace un poco de frío en las calles de Londres.

—Eh, sí —contesto—. Ya me iba.

Me pongo de pie y empiezo a caminar de vuelta al edificio. La chica acelera el paso y en cuestión de segundos la tengo caminando a mi lado.

—Yo también voy para mi departamento —mantiene la mirada al frente—. Supongo que no hay problema.

Niego con la cabeza y regresamos al edificio en silencio.

Carl sigue en el mismo sitio de cuando salí. Está comiendo una rosquilla de chocolate y a un lado tiene un café humeante que al parecer está recién hecho.

—Joven Daniel —se limpia de la comisura unas migajas de chocolate—. Señorita Miller —le dedica una sonrisa a la morena que tengo junto a mí.

Ahora sé que su apellido es Miller, es mejor que no saber nada de ella. Pero con ayuda de Rose, la secretaria del director, podré averiguar su nombre. Sé que no se negará. Lo intentaría con Carl, pero seguramente no me lo dirá, es muy discreto a lo que se refiere con la vida personal de los que vivimos en este edificio y la verdad es que se lo agradezco.

Nos adentramos al elevador y pulso el botón del décimo piso. La estúpida y frustrante canción que suena es realmente exasperante.

—¿Así que tu apellido es Miller? —pregunto como si nada.

Ella no aparta la mirada de las puertas del elevador.

—Sí.

Las puertas se abren y sale a toda prisa. Saca las llaves de su departamento y torpemente mete la llave a la cerradura.

—No te voy a violar —digo con ironía y enarco una ceja.

—Eso ya lo sé, jamás podrías hacerlo —abre la puerta—. Eres lo bastante sensato para no hacer una estupidez como esa y menos tratándose de alguien como yo.

—¿Por qué dices eso? —pregunto acercándome a ella.

—Tú y yo somos muy diferentes. Jamás me fijaría en alguien como tú.

Pone cara de asco y me mira de pies a cabeza.

—¿Y por qué no?

¿De verdad hice esa pregunta estúpida? Yo, Daniel Müller, el chico que puede tener a la chica más guapa si así lo quisiera.

—Sólo mírate.

Su respuesta me confunde un poco y me hace pensar al respecto. No comprendo lo que está pasando ahora mismo.

—Pues tú tampoco eres como una maravilla —si estamos diciendo verdades, hay que decir todas.

Lleva puesta una falda de vuelo que le llega abajo de las rodillas, una blusa de pliegues con estampado floral y un suéter de cachemira color rosa pálido que lleva desabotonado. Su cabello lo lleva amarrado con una goma que parece estar a punto de reventar. Y por último esos horribles lentes redondos que sólo entorpecen el bonito color de sus ojos. Pareciera que busca verse patética, porque apuesto que no se siente cómoda vistiendo así, se le nota.

—Yo tampoco me fijaría en alguien como tú —le digo y me doy media vuelta —. Ni de broma.

No sé de dónde saqué la dignidad para decirle eso, pero lo importante es que lo hice. Abro la puerta y entro dejando a Pinky y su cerebro con la ceja enarcada.

Doy un puñetazo a la pared y me maldigo por todo esto. Esa chica me está sacando canas verdes y presiento que terminaré odiándola.

Mi celular suena y lo saco del bolsillo de mi pantalón. Son las 10 de la noche.


Christopher:

Daniel, no se te olvide que mañana tenemos golf en el club. Paso por ti a la universidad.


Decido contestarle con un mensaje rápido y corto.


Daniel:

Por supuesto. Estoy ansioso por jugar golf... YUPI :D

PD. Nótese mi sarcasmo.

Christopher:

Si fueras más constante en este deporte, estoy seguro de que te encantaría.

Daniel:

Tengo cosas más importantes que practicar golf.

Christopher:

¿Cómo tirarte a chicas y luego botarlas?

Daniel:

El maestro cuestionando a su alumno. No seas hipócrita, Chris.

Mañana nos vemos.

Cuídate imbécil.

Christopher:

Yo sólo decía. Nos vemos mañana.


Dejo el celular en el sofá y cierro los párpados por un momento. Un momento que se convierte en un sueño muy profundo.

Te prohíbo enamorarte (MARZO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora