Nueve

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El alcohol quema mi garganta. No, no voy a decir que no bebo alcohol, la cuestión es que no sé como hacerlo. Mi rostro se arruga como si hubiera chupado, o sencillamente le hubiera dado una lamidita a una tajadita de limón.

—¿Es la primera cerveza que te has tomado? —Una risa burlona se escapa de todos los presentes posterior a la interrogante de Patrick.

—No.

—Es la segunda —comenta alguien de fondo y le secunda un grupo de risas.

Mis labios se tambalean dudosos de responder, y el rostro me quema. El calor de mis mejillas se expande por todo mi rostro y en un acto valeroso y carente de organización termino por beber el contenido de la lata de cerveza de golpe. Como resultado, mi organismo rechaza la bebida y esta termina por escapar por mi nariz y por la boca.

Esta vez, incluso el mismo Mache concluye mofándose de mí.

Limpio los restos de alcohol de mis mejillas y me hundo en el sillón de cuero. Usando de pared y protección a los dos chicos que tengo a mi diestra y siniestra. Martín está a mi derecha y otro chico pecoso a mi izquierda.

—Está buena —comento con la lata casi vacía entre mis dedos.

Buena, tal vez no sea el mejor calificativo dado que mi historia con el alcohol es casi nula.

Alan ríe en lo bajo y Patrick le planta un codazo en las costillas.

—No bebas demasiado —sugiere Patrick, burlón —. Podrías... embriagarte.

Nuevamente ríen todos.

Es que no pillo la broma. Martín parece notar el desconcierto en mi rostro ya que por primera vez, desde que empezó esta burla, habla:

—Es cerveza sin alcohol, René.

Otra vez las carcajadas inundan la habitación y la piel me quema. Es vergüenza, lo sé, estoy muy asociada a esta.

—Que te pillen con alcohol en el London amerita expulsión —confiesa Alan, serio.

Tal vez yo quiero que me expulsen.

Dejo de ser el centro de atención cuando en el televisor comienzan a transmitir el tan esperado partido de fútbol que ha reunido a todo el dormitorio de último año en la sala común. Expectantes con playeras de su equipo favorito mis compañeros gritan, festejan, y vociferan uno que otro comentario peyorativo con los ojos bien clavados en la pantalla.

No tengo mínima idea al equipo que apoyamos, me limito a fingir que me emociono cuando ellos lo hacen.

—¡Gol! —grita el sujeto que narra el encuentro deportivo y todos, con excepción mía, se levantan y festejan.

Nuevamente la dinámica de gritarle a la pantalla comienza y no pasa mucho para que el ambiente se vuelva pesado. Siento que estoy en una especie de horno entre Martín y el pecoso número dos. Estoy a pasos de sudar y desmayarme en el peor de los casos.

El medio tiempo llega, el receso esperado.

Bendito medio tiempo.

—Voy al baño —informa alguien.

Algunos se levantan y otros mantienen su posición, solo espero que Martín o el pecoso número dos se pongan en pie, pero para mi mala suerte ninguno lo hace, en cambio, comienzan a hablar de lo ocurrido en el primer tiempo.

—fue falta.

—Maldito arbitro vendido.

—No fue falta —contrapone Marcelo Kuczynzky.

Sí, soy un chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora