que preparar una gran fogata.

Algo se consoló Daisy con la esperanza de preparar una gran

hoguera; sin embargo, comió teniendo al lado el rollo de estampas, como

si celebrase un banquete de despedida.

A la hora prevista, el cortejo de sacrificadores se puso en marcha,

llevando cada niño los tesoros exigidos por la insaciable "Maranga".

Teddy se obstinó en agregarse a la comitiva, y, viendo que todos llevaban

juguetes, cargó con un corderito y con su veterana muñeca de goma

Annabella.

-¿Dónde van, hijitos? -les preguntó mamá Bhaer.

-A jugar a la roca grande.

-Bueno; pero no se acerquen al estanque; cuiden de Teddy. -Siempre

lo cuidamos -respondió Daisy.

Llegó el cortejó hasta la roca grande.

-Esta piedra plana es el altar; siéntense alrededor y no se muevan

hasta que yo lo mande -dispuso Medio-Brooke.

En seguida se preparó una hoguera, y, cuando la llama brilló, el niño

ordenó a sus ayudantes que, formando corro, diesen tres vueltas en

torno del fuego.

-Muy bien; voy a empezar el "chacrificio" quemando mis juguetes;

después entrarán los vuestros en turno.

Solemnemente colocó en la hoguera un libro de estampas; después

un barquichuelo desmantelado, y, en fin, uno tras otro avanzaron a la

muerte los soldaditos de plomo.

-Ahora tú, Daisy -ordenó.

-¡Pobres muñecas mías! -lloriqueó Daisy. -Es preciso-exclamó Medio-

Brooke.

-¿Podré conservar la del vestido azul?... ¡Es una muñeca bonísima! -

¡Más! Más! -gruñó una voz terrible.

-¡"La Maranga" se enfurece! ¡Reclama el "chacrificio" completo!

Quema inmediatamente esa muñeca del traje azul o vendrá "La Maranga"

y nos agarrará a todos.

No hubo remedio: la muñeca de traje azul y sombrero rosa

convirtióse enceniza.

-Dispongamos bien el incendio del pueblo-murmuró el gran

sacrificador-, coloquemos las casas y los árboles alrededor de la hoguera

y dejemos que ardan.

Teddy, estimulado por el ejemplo de los demás, arrojó el corderito a

las llamas, y, acto seguido, plantó sobre el balador rumiante a la

veterana muñeca de goma. La muerte de Annabella aterró a los niños. La

pobre muñeca estiró las piernas, como si estuviera viva; después agitó

los brazos retorciéndolos, como si sufriera horrible dolor; en seguida dejó

escapar un chirrido que semejaba angustiosa queja, y, por último, contrayéndose desesperadamente y ennegreciéndosele los ojos, dio un

HombrecitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora