Cuando Nat entró en la escuela, el lunes por la mañana, tembló al
pensar que tendría que mostrar su ignorancia ante todos. Pero el señor
Bhaer lo colocó en el hueco de una ventana y allí, de espaldas a los
alumnos, Franz le dio las primeras lecciones y nadie escuchó los
desatinos del muchacho ni vio los garabatos que hizo en el cuaderno de
escritura. Nat agradeció eso tan de veras y se afanó tanto, que el
profesor, viéndolo colorado y con los dedos llenos de tinta, le dijo
sonriente:
-No te esfuerces, hijo mío; vas a fatigarte y tienes tiempo sobrado
para aprender.
-Pero yo debo trabajar mucho, o no alcanzaré a los demás. Aquí todos
saben, y yo no sé nada -exclamó Nat, medio desesperado oyendo a los
condiscípulos recitar, con facilidad y exactitud que juzgaba asombrosas,
lecciones de gramática, de historia y de geografía.
-Tú sabes otras muchas cosas buenas que ellos ignoran -contestó el
señor Bhaer, sentándose al lado del niño, cuando Franz lo condujo a otra
aula, para que penetrase en el intrincado laberinto de las tablas de
multiplicar.
-¿Yo?-interrogó, con incredulidad, Nat.
-Sí; tú sabes dominarte, y ya ves que Jack, por ser tan impulsivo, no
se domina. Además, tocas el violín, y esta habilidad no la tiene ninguno
de tus compañeros; en fin, estás resuelto a aprender y esto sólo es llevar
andada la mitad del camino. Al principio todo parece difícil y te
descorazonarás, pero estudia con constancia y verás que todo te va
resultando más fácil.
-Sí, señor -murmuró-, aun cuando poco, algo sé: sé dominarme: los
golpes de mi padre me enseñaron; puedo tocar el violín, a pesar de que
no sé dónde está el golfo de Vizcaya-y añadió en voz tan alta que llegó a
oídos de Medio-Brooke-: Necesito aprender y lo intentaré; nunca fui a la
escuela, pero no fue culpa mía, y si mis compañeros no se burlan,
procuraré alcanzarlos. Usted y la señora son muy buenos.
-No se burlarán de ti, y si se burlan, yo..., yo... les diré que hacen mal
-exclamó Medio-Brooke, olvidando por completo dónde estaban. La clase
se detuvo en siete por nueve, y todos miraron con curiosidad.
Juzgando que para dar una lección era oportuna en aquel momento
la aritmética, el señor Bhaer habló a los chicos de Nat con tan
interesante y conmovedora relación, que los pequeños de excelente
corazón, le brindaron auxilio y se sintieron orgullosos de poder enseñar
algo al admirado violinista. Así fue como Nat comenzó a tener menos
obstáculos, pues todos estaban dispuestos a tenderle una mano, a fin de
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Hombrecitos
Classics¿Es éste mi nuevo niño? Me alegro mucho de verte aquí y deseo y espero que te encuentres satisfecho -dijo la señora, acariciando al muchachito, que se sintió conmovido. La señora no era bella; pero en el semblante, en las miradas, en el gesto, en lo...