24. La reina y su heredero

Start from the beginning
                                    

Contesta al segundo timbre.

—¡Hola, hola! ¡¿Quién está ahí?! —grita con risas irritables de fondo—. ¡Hola, hola! ¡Aquí Magda! ¡Si eres un vendedor te estaré colgando amablemente en los próximos dos segundos!

Niego con la cabeza y me rasco la nuca. Amo a mi madre, pero a veces solo basta con oírla para que me arrepienta de haber dejado su útero.

—No, mamá, no soy un vendedor. Soy…

—¡Xian! —chilla emocionada—. ¡Mi hijo está llamando, saluden, señoras! —dice a sus amigas, y las democotorras canturrean al unísono mi nombre, lo que me hace rodar los ojos. Escucho un par de ruidos torpes y sé que se ha golpeado con algo, probablemente una silla o un camarero mientras se aleja—. Ahora sí, mi panecillo —añade con júbilo—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está Brooke? No la dejaste embarazada antes del casamiento, ¿no? Porque tendríamos que agrandar su vestido y la modista es una arpía que nos cobrará el doble.

—No la dejé embarazada.

Si ella estuviera al tanto de la situación actual, sé que apostaría por Brooke. Es la nuera perfecta. Incluso con pruebas mamá seguiría estando escéptica.

—Tengo un problema en el trabajo —miento a medias, yendo directo al grano.

—¿Ese Arbeen volvió a tapar las tuberías? Porque tengo el número de un gran instalador sanitarista y también de un gastroenterólogo para él.

—No, no tiene nada que ver con el sistema digestivo de Arbeen, mamá. —Paciencia, Jesús, dame mucha paciencia—. Es... es con una clienta. Su manuscrito es muy bueno, de verdad. —Preswen tiene pruebas, pero no son enteramente consistentes—. Le conseguí un buen contrato editorial, disponible para firmar cuando quiera. —Podríamos hacerle frente a nuestras parejas otra vez, pero juntos, de forma rápida, sencilla y sin escapatoria para ellos—. Sin embargo, ella quiere más. Dice que necesita una editorial más grande, pero sé que se vendrá abajo en cuanto nos rechacen. —¿Y si los vemos besarse, abrazarse o tomarse de la mano? Dolerá el doble—. La decisión tendría que ser fácil: ir por el pez pequeño sin certeza de grandes ganancias o por el gordo sabiendo que puede haberlas aunque costará. El problema es que nos atascamos en... en problemas personales, opiniones, en nuestra relación de cliente-profesional. —Miro a la niña que aguarda en silencio a mi lado y levanta el pulgar con ánimo para que siga hablando—. Y si no lo solucionamos no podremos volver al tema principal.

Mamá se queda muda por unos segundos. Es un hecho memorable, como el día que encontré Netflix. Gran inversión.

—¿Quién tiene razón respecto a estos pequeños problemas?

—Depende a quién le preguntes. Ella cree tener razón, al igual que creo tenerla yo.

—¿Y cómo se resuelven los problemas de subjetividad?

—Tratando de verlos objetivamente entre las dos partes, de forma cooperativa.

—No, idiota —reprocha, perdiendo el rol maternal por un segundo y mostrando lo que heredé de ella—. La objetividad no es algo con lo que los seres humanos nos llevemos bien. ¿Miles y miles de años de historia no te enseñaron nada? Las opiniones que tenemos no pueden hacerse invisibles. Si pretendemos que lo son terminamos pagando caro no solo nosotros, sino también otros. Si tienen un problema intercambien zapatos pensando cómo se siente el otro en la situación, no cómo reaccionaría uno mismo si le pasara aquello. Solo cuando hayan hecho eso, se ponen juntos a pensar en una solución teniendo en cuenta las opiniones de cada uno como un todo al que hay que cuidar e intentar lastimar lo menos posible.

Lo medito un rato mientras veo a través del parabrisas autos ir y venir. Es verdad que tenemos que hablar. No podemos seguir en la estúpida misión de espionaje si nos estamos desviando por problemas como lo sucedido con Amapola. De otra forma nos estaremos guardando disgustos y explotaremos cuando menos lo esperemos y más necesitemos estar concentrados en Brells Quimmers.

Jamás me había planteado hacer de problemas ajenos míos y que el resto hiciera los míos suyos, pero no es mala idea en este caso.

—Es un buen consejo —susurro—, y fue lindo oír tu voz, mamá.

Hace un sonido empalagoso en respuesta.

—También te extraño y amo mucho, mi panecillo de choco... —Le corto.

Sabe que la amo, pero no toleraré oír ese apodo ni una vez más.

—¡Hey, ese es el coche de mi papá! —chilla la niña, señalando por el espejo retrovisor un vehículo azul que acaba de estacionar detrás nuestro—. Te recomiendo que te vayas antes de que se dé cuenta que no eres mi supuesta niñera. Vio que Preswen manejaba este auto por la tarde, así que no creo que sospeche a menos que se acerque.

Le devuelvo el teléfono. No puedo perder tiempo explicando al hombre cómo su hija de diez año terminó yendo a cenar a McDonald's con un desconocido que casi la triplica en edad ni tengo tiempo para ir a la cárcel y gastar dinero en una fianza que no le agradará a mi plan económico del año.

—Buena idea, pero promete que le dirás que Pretzel es pésima y no quieres que te cuide nunca más.

Enciendo el auto cuando se baja.

—¿Y tú me prometes que volveremos a vernos?

Le guiño un ojo.

—Es un trato, panecillo de chocolate —acuerda al cerrar la puerta de golpe mientras abro la boca para replicar, confundido y avergonzado—. ¡Estaba en altavoz, idiota!

Corre a los brazos de su papá, quien la reta pero trata de disimular la risa al saludar en mi dirección, creyendo que soy el gnomo.

Los vidrios polarizados son un regalo de Dios.

Según mi madre, tendré que ponerme en lugar de ese gnomo para avanzar, así que me pongo en marcha para ir por él.

Según mi madre, tendré que ponerme en lugar de ese gnomo para avanzar, así que me pongo en marcha para ir por él

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now